Nuevo mundo, magia antigua
No era papeleta fácil la que afrontaba Warner Bros. al apostar por expandir el universo cinematográfico Harry Potter partiendo de la adaptación de Animales fantásticos y dónde encontrarlos, derivado literario escrito en 2001 por la propia autora de los siete libros que protagonizase el joven mago con cicatriz en la frente, J.K. Rowling. Por una parte, que la película será un éxito lo habrán predicho sin demasiado margen de error las simulaciones virtuales y el big data, y, de hecho, el plan es ya que tenga cuatro secuelas, que nos llevarán hasta 2024. Por otro lado, el peligro estribaba en que Animales fantásticos y dónde encontrarlos y sus continuaciones careciesen de vida propia, que se apreciase en demasía su naturaleza de productos oportunistas, como quedó en evidencia con otra franquicia auspiciada por el mismo gran estudio, la trilogía de El Señor de los Anillos (2001-2003), cuando se prorrogó con el piloto automático a través de El Hobbit (2012-2014).
En líneas generales, cabe afirmar que la apuesta de Warner se salda en esta ocasión con signo positivo. Los títulos de crédito iniciales, la sintonía que los acompaña, la presencia tras la cámara de David Yates -director de hasta tres aventuras de Harry Potter-, aspectos a los que se suman las constantes creativas de Rowling -guionista en solitario de la cinta a partir de su libro-, transmiten desde el primer momento la familiaridad con un determinado mundo escapista, que permite sin demasiados traumas a quienes crecieron con el mismo el disfrutar de sus nuevas e interesantes derivas. Entre otras cosas, porque dichas derivas comparten un espíritu muy similar al de las previas; de manera que, si el espectador gustó del sentido de la fantasía ordenancista y casi doméstica que caracterizó Harry Potter, en el que contaban más la minuciosidad y los guiños que el arrebato subversivo, está de enhorabuena: Animales fantásticos y dónde encontrarlos sigue la misma senda.
En cualquier caso, la acción no se sitúa en la Gran Bretaña contemporánea, sino en los Estados Unidos de 1926. Hasta allí se llega, procedente del viejo continente, Newt Scamander ( Eddie Redmayne), una suerte de naturalista de las muchas criaturas maravillosas que pueblan el entorno mágico paralelo al nuestro. Mientras intenta catalogar y defender a dichas criaturas, ocupación prioritaria en su vida que sistematizará en el libro llamado precisamente Animales fantásticos y dónde encontrarlos, Newt se verá envuelto en una intriga de amplio y tenebroso alcance que corre el riesgo de derivar en una confrontación entre los ámbitos de lo imaginario y lo real.
Como sucedía en el ramillete de películas previas, también en la que nos ocupa los momentos inspirados, sugerentes, capaces de suscitar en el espectador la ilusión plena de hallarse en otro mundo al que tiene un acceso secreto y privilegiado, se dan la mano con otros anodinos, tediosos, en los que se pierde el hilo del relato en favor de lo anecdótico o de un sentido del espectáculo no demasiado original. El mayor acierto de la película a nivel visual es la ambientación en la Nueva York previa a la Gran Depresión, que otorga a la narración una atmósfera entre lo noir y lo pulp de connotaciones sórdidas -véase todo lo relacionado con el personaje de Mary Lou ( Samantha Morton) hasta su desenlace-, a lo que contribuyen tanto la esmerada recreación virtual de la ciudad como la fotografía de Philippe Rousselot. Y, en lo referente a su argumento, se consigue, con tanta o mayor intensidad sombría que en las últimas películas en torno a Harry Potter, una sensación de amenaza en la que no tiene tanto que ver lo sobrenatural como lo clasista, el egoísmo, el fanatismo y la intransigencia hacia el otro, incluso entre personajes adscritos al mismo bando en conflicto con otros.
Si a estas cualidades les añadimos un par de secundarios -uno, de carne y hueso, Jacob Kowalski (Dan Fogler); otro, digital, el pequeño monstruo atraído por lo brillante- adorables, bastante más inspirados que los melindrosos protagonistas que encarnan Eddie Redmayne y Katherine Waterston, Animales fantásticos y dónde encontrarlos termina por ser un filme digno, entretenido en su punto justo, y susceptible de inspirar algunas lecturas. También hay que decirlo, un producto lejos de lo realmente estimulante, que hace pensar en sus cuatro continuaciones con miedo y pereza. Resulta significativo que, después de tantos eventos asombrosos y épicos, tanta varita mágica y tanto nombre exótico, sean los toscos minutos últimos -plagados de desmemorias forzadas, adioses y melancolía- los más emotivos de la película.
Lo mejor:
La ubicación en la Nueva York de 1926
Lo peor:
Se percibe sin dificultad el tedio a que va a abocarnos la saga