La satisfacción esperable
De las dieciocho películas de superhéroes que integran hasta hoy el universo cinematográfico Marvel, Black Panther es una de las más ambiciosas. Su protagonista —creado para los cómics en 1966 y presentado en pantalla en Capitán América: Civil War (2016)— es T’Challa, rey de Wakanda, país imaginario oculto en el corazón de África. T’Challa representa como Pantera negra los idearios singulares de Wakanda ante el resto de la humanidad. El filme aborda el sentido de tales idearios cuando el mundo ya no entiende de fronteras y las desigualdades —entre ellas, las raciales— son imposibles de soslayar. El enunciado de esos temas es acertado, y también lo es la apasionada vindicación de la negritud delante y detrás de la cámara.
Ahora bien, los discursos de Black Panther no trascienden el nivel pueril y coyuntural imperante en las esferas mediática y 2.0, y, además, ejercen efectos coercitivos sobre los registros de la aventura y el drama épico propios de este tipo de superproducciones. Si sumamos a ello la mediocridad formal y estética habitual en las producciones Marvel, la película acaba por satisfacer solo en tanto ofrece lo que se nos ha adiestrado a esperar.
Lo mejor:
El nivel de compromiso que se percibe en todos los implicados en la realización de la película
Lo peor:
La incapacidad para crear arquetipos intemporales, solo estereotipos a la altura de una coyuntura sociocultural
Fecha de publicación: 16/02/2018