Justin Lin se descuelga con las secuencias más espectaculares de la saga en un sexto episodio que amplifica los aciertos del quinto
Segundas y terceras partes nunca fueron buenas, pero nadie dijo nada de quintas y sextas. Pues eso, que si algún mérito tiene esta franquicia es que mejora con la edad, como el vino, y que ha tenido la habilidad de trazar un camino propio y un punto de encuentro con el gran público precisamente cuando todos la daban ya por muerta y enterrada. La quinta fue el punto de inflexión. De pronto Fast and Furious deja de ser objeto de deseo de friquis del tuneo y los videojuegos de coches para consolidarse como acontecimiento cinematográfico del año para los fans universales del cine de acción, quién lo iba a decir.
No es poco mérito el de Justin Lin. Es verdad que el listón no estaba muy alto, y que no hace falta ser un genio para mejorar, con dinero y recursos, el show espídico de las primeras entregas, pero también lo es que es un milagro que la franquicia sobreviva con semejante salud y que su nómina de fan siga ininterrumpidamente en aumento. Ya no vamos a hablar aquí del guion, de la planicie crónica del colchón dramático de las películas, porque eso ya viene de fábrica y porque a nadie que elija esta película para matar una tarde de fin de semana le importa un pimiento que así sea.
Lo bueno es que Dom y cia ya son como de la familia, y aunque sean personajes huecos por definición, les coges cariño y apego. Pero vayamos al grano, el propósito de Lin es que la quinta secuela sea un surtidor de adrenalina non-stop, y lo consigue. Se le puede achacar que la magnitud del delirio acrobático ha convertido sus héroes en superhéroes, y que todo consiste en pisar más a fondo el acelerador e incrementar la dificultad de las piruetas, pero lo cierto es que Fast and Furious 6 es un no parar de secuencias de acción de las que quitan el hipo.
Es decir, que la saga sigue creciendo en términos de dificultad técnica, y el oficio de Lin gestionando y dosificando la adrenalina a cuatro ruedas está fuera de toda duda. Detrás de eso, más de lo mismo: esperas impaciente a que termine el diálogo para que empiecen otra vez a rugir los motores. Lo dicho, semejante capacidad de convocatoria seis películas después es digno de aplauso.
Lo mejor:
La espectacular secuencia del tanque
Lo peor:
Más de lo mismo
Fecha de publicación: 30/05/2013