Que siga la fiesta
Va camino de convertirse, quién demonios lo iba a decir, en una de las grandes franquicias del cine palomitero de todos los tiempos. Y no usamos el adjetivo grande a la ligera. Es grande porque ha sabido venirse arriba película a película incrementando la magnitud del espectáculo, la categoría de la autoparodia y una jugosa querencia por el guiño cinéfilo que la sitúan muy por encima de cualquier otra saga, o no saga, del mismo pelaje.
La falta de pretensiones ha sido, a la larga, uno de sus mejores argumentos, porque desde la consciencia en la limitada munición a disposición, desde la asunción de estar remozando una fórmula sin autonomía no recorrido, que explotaba y explota algunos de los instintos más primarios del espectador facilón y condescendiente del cine de acción sin neuronas (a fin de cuentas todo estriba en sacar brillo a la ecuación cochazos + velocidad punta + chicas guapas + guantazos), la franquicia ha cuajado como marca, haciéndose fuerte precisamente a partir de sus defectos y limitaciones.
Es grande también porque no tiene complejos, porque ha sabido reírse de sí misma a pierna suelta y, de ese modo, crecer cinta a cinta con presupuestos cada vez más y más holgados. La magnitud del show llegados a este punto es ya, simple y llanamente, apabullante. Toretto y cía han acabado por camelarnos incluso a los escépticos, y eso al séptimo intento, tiene un mérito extraordinario. La nueva entrega es un más y mejor, un formidable show pirotécnico, una monumental y divertidísima fantasmada, que chupa rueda descaradamente de Misión Imposible, pero que no lo oculta porque es consciente de que eso forma parte de su encanto. Por algún extraño designio, en esta saga todo sucede al revés, y eso desconcierta. Los guiones son cada vez mejores (insistimos, en la plena y lúdica consciencia de sus limitaciones) y la magnitud del delirio automovilístico, la gestión y digestión del exceso, la sucesión impagable de frases lapidarias dignas de un diccionario de citas fílmicas y, sobre todo, esa autoconciencia de fenómeno de masas, de marca ganadora, de saga que está ya por encima de la lógica, del bien y del mal, alrededor de una mitología enteramente propia, un privilegio del que gozan contadísimas películas, y para qué hablar de franquicias eternas de tropecientas películas.
Fast and Furious 7 es mucho más de lo que cabe esperar de ella y eso son palabras mayores a estas alturas. James Wan es un director magnífico, y su impronta en la gestión de las secuencias más técnicas y en las otras se deja notar. Hablamos de una película con estándares de producción altísimos, pero con mucho más que eso detrás del enorme jaleo digital. Hay hueco incluso para el recogimiento, la emotividad, en parte gestada, lamentablemente, alrededor de la muerte de Paul Walker, que otorga a la película un punto melancólico que es un plus de todas. En fin, que a estas alturas ya no hay límites: bienvenida sea la octava entrega cuando venga.
Lo mejor:
Que es la mejor de la serie, y a estas alturas, eso son palabras mayores
Lo peor:
Que no saquen más partido a Dwayne Johnson