Este contenido forma parte del número 1049 de La Ría del Ocio, publicado el 5 de noviembre de 2020
Maitane Muruaga
Hace poco más de 6 meses que regresó de su último viaje por el mundo, un viaje que nunca olvidará por su crudeza. “La gran catástrofe amarilla” muestra lo amargo que es vivir atrapado durante casi 100 días en alta mar cuando una pandemia global acecha. En ese entorno tan hostil hay un sentimiento que es mejor evitar y Juan José Benítez no conoce: el miedo.
Prácticamente todas las novelas que ha escrito son de investigación ya sea de ufología o de religión, ¿en qué se diferencia este último libro de los anteriores?
Es un diario de bitácora de un señor que va en un barco y que cada día va anotando en su cuaderno de campo lo que ve, lo que escucha, lo que siente y lo que pasa. No tiene más aspiraciones que la de contar una aventura.
“La gran catástrofe amarilla” trata de una novela autobiográfica en la que cuenta su experiencia en el crucero Costa Deliziosa durante la pandemia. ¿Cómo se enteraron de lo que estaba ocurriendo?
Nos enteramos el 22 de enero. Creo recordar que estábamos en el Pacífico y empezaron a llegar noticias de lo que estaba ocurriendo. Al principio pensamos que era una gripe y, bueno, la gente no le prestó demasiada atención al asunto. Hasta que ya, poco después, empezamos a ver que no, que la cosa se complicaba.
¿Cómo fue vivir atrapado en un crucero durante tanto tiempo?
Al principio no eres consciente de lo que está pasando, y bueno, lo llevas más o menos bien. Ya después, cuando empiezas a ser consciente de lo que está pasando, de la calamidad que es una pandemia, las cosas se complican. Depende mucho de lo que tengas en la cabeza.
Es sabido que en las situaciones extremas la gente saca lo peor de ellos mismos. ¿Qué es lo peor que ha podido experimentar durante su viaje y que no haya plasmado en el libro?
Lo peor que creo que tiene el ser humano es el miedo. En este caso apareció en el barco, cuando ya las noticias eran graves y cuando la gente pensaba que podíamos estar contaminados y que podíamos morir. Ahí es cuando aparece el miedo. Ese fue el gran vencedor de la travesía. Yo me cansé de hablar con la gente, de decir que no hay que tenerle miedo a la muerte, que es un fenómeno natural y que después nos espera un sitio fantástico, pero no me hicieron caso. Yo mucho miedo no tenía, yo solo tengo miedo a las mujeres y a los ordenadores, por ese orden.
¿Cómo fue ese contraste de estar en una “zona segura” a volver a España y ver la realidad?
En el barco pensamos, con razón, que era el lugar más seguro porque era como una burbuja y era muy difícil contaminarse. Ya cuando llegamos a Barcelona y entramos en el país, nos dimos cuenta de que, como digo yo, la tristeza está colgando de los árboles. También nos dimos cuenta de que la catástrofe era mucho mayor de lo que nos habíamos imaginado.