Culto y consumo
Star Wars: Los últimos jedi, este nuevo episodio de la saga que inició George Lucas en 1977 y que explota desde hace un tiempo Disney, no es un producto tan desvergonzado y perezoso como
El despertar de la Fuerza (2015). Pero también es víctima de un relato nada orgánico, mera excusa para el despliegue de un universo cuya condición a estas alturas es menos ficcional que la propia de un escaparate de figuras de culto y consumo. El relato insistente de la lucha de los rebeldes contra el Imperio Galáctico se ve obligado a cumplir nuevamente con ciertas escenografías y árboles genealógicos, así como, de manera casi literal, con los títulos míticos en que aquellos se forjaron; en esta ocasión, El imperio contraataca (1980). Ello impide una progresión narrativa real y hace que las imágenes abunden en fantasmas y reverberaciones. El villano que encarna
Adam Driver, Kylo Ren, es el único personaje capaz de provocar, con sus resentidas arengas millennial, cierta inestabilidad en una maquinaria anodina por lo demás a nivel técnico, y abonada a nivel ideológico al discurso emocional vacuo, la filosofía pueril, la agenda de la corrección política, a fin de que sigamos consumiendo sin rubor todo lo etiquetado como Star Wars.
Lo mejor:
La factura técnica
Lo peor:
Hoy por hoy esta saga no respira ni un ápice de verdad