Para los que no son de Madrid, Sol es sinónimo del kilómetro cero, las campanadas de Fin de Año y de la lotería de Doña Manolita. Sin embargo, alrededor del bullicio de la plaza más famosa de la capital, existe toda una red de calles llenas de vida y de historia. Son el corazón y la memoria de Madrid.
Uno puede hacer de todo en Sol sin tener que moverse demasiado. Ir a un concierto o pegarse unos bailes en la mítica Joy Eslava, hacerse una foto en la casa natal del artista Juan Gris, visitar el Museo del Jamón, echar unas partidas de bingo en la sala Universal, darse un paseo hasta el Barrio de las Letras o, por supuesto, fundir la tarjeta de compras por la Calle Preciados. Todo sin perder de vista la emblemática estatua de El Oso y el Madroño.
En una de esas calles, en la Calle de Tetuán, sobrevive una taberna de las de toda la vida. Un lugar que representa como ninguno la esencia de la ciudad de Madrid y los madrileños (vengan de donde vengan). Nos referimos a Casa Labra.
Este local lleva en el nº 12 de la Calle de Tetuán desde 1860. A principios del siglo XX había en Madrid unas 1500 tabernas de este estilo, para una población que no alcanzaba los 900.000 habitantes. Hoy en día apenas queda una docena de esos lugares que han sido mucho más que un sitio en el que comer y beber.
Las tabernas eran lugares de encuentro en los que se han fraguado conspiraciones y se han concebido ideas revolucionarias. En Sol, además de Casa Labra, había otros locales como el Café Brillante y el Café de Lisboa, hoy desaparecidos, en los que se reunían los madrileños más inquietos y con ganas de mejorar el mundo (en los bares, ya se sabe).
Casa Labra es conocida, y así lo recuerda una placa que luce en el local, por haber sido el lugar en el que nació el actual PSOE, allá en el 2 de mayo de 1879.
Ya entonces, en esta taberna y restaurante se elaboraba otra de las señas de identidad de la casa: los soldaditos de Pavía.
Estas piezas de bacalao rebozado y frito son la especialidad de la casa, junto con las croquetas de bacalao, que se encuentran entre las mejores de Madrid.
Tanto las croquetas como el bacalao frito forman parte de la oferta de tapas de Casa Labra, junto con el también conocido pincho de atún en escabeche con tomate y las empanadillas de carne. Además, se pueden pedir raciones de varios quesos y embutidos, así como ensaladas. Todo bañado con un buen vino de Rioja, unas cañas de cerveza, un vermú o refrescos.
Casa Labra es uno de esos locales de Madrid que al visitante le pueden parecer algo intimidatorios al principio. Aquí es un “sálvese quien pueda” en el que lograr hacerse un hueco en la barra abarrotada y pedir, es todo un todo un arte.
La taberna cuenta con una terraza, y al entrar tenemos, por separado, un mostrador para pedir comida y la barra para las bebidas. En la parte trasera, si tenemos suerte, nos podemos sentar en algunas de las pocas mesas que hay.
Por una entrada justo al lado de la principal, podemos acceder al restaurante, donde no hay menú, es a la carta.
La comida de Casa Labra es típicamente castellana. El Siglo de Oro nos dejó a Cervantes y Lope de Vega, pero también una tradición gastronómica que es patrimonio nacional.
La gastronomía castellana incluye todo lo que se cuece en las cocinas de Castilla y León, Castilla-La Mancha y Madrid. Obviamente, en Casa Labra destacan especialmente los platos madrileños.
En la carta del restaurante se incluyen las albóndigas a la madrileña y, cómo no, los famosos callos.
Resulta curioso que la especialidad de la casa sea el bacalao, que no es que sea un producto especialmente típico de la gastronomía castellana. Pero este pescado ha formado parte de la historia de Casa Labra durante más de 150 años, así que se les puede considerar como auténticos expertos del bacalao.
La carta dispone de una sección entera dedicada a distintas especialidades de bacalao, desde los clásicos al pil-pil y a la bilbaína, hasta el bacalao en salsa verde y al ajoarriero.
En Casa Labra, en pleno corazón de Madrid, puedes viajar en el tiempo y volver a comer esos platos de las abuelas que te hacían babear solo de olerlos. Un buen consomé o unas torrijas de postre que te cuentan la historia de Madrid mientras sobreviven entre woks y pollo frito.