Se conocieron y se admiraron porque compartían, pese a la diferencia de edad. un mismo sentimiento común: romper las líneas establecidas en pintura, acabar con la mirada academicista del arte por el arte.
Cuando Louis Aragon le preguntó a un Matisse ya septuagenario sobre quién, aparte de Picasso, le parecía un pintor de verdad, al maestro le vino a la cabeza el nombre de Bonnard, pero enseguida rectificó: ‘Miró… Sí, Miró… porque puede representar cualquier cosa en su lienzo… Pero si, en un punto determinado, ha colocado una mancha roja, puedes estar seguro de que es ahí y no en ningún otro lugar, donde debe estar… Quítala y el cuadro se cae”. Y el viejo Miró, cuando había cumplido ya 87 años, dejó escritos en una nota los que para él había sido los pintores que marcaron el arte del siglo XX: “Picasso es un dios; Matisse, un gran pintor; Miró, un gran espíritu”.
A partir de un recorrido de corte cronológico, esta muestra –que promete ser una de las propuestas imprescindibles de la temporada en la capital catalana– aporta numerosos documentos desconocidos, así como cuadros procedentes de diferentes museos y colecciones privadas de todo el mundo.
Miró tenía claro que Matisse formaba parte de su santísima trinidad pictórica. En una nota manuscrita escrita el 5 de julio de 1980, el catalán apuntaba que «Picasso es un Dios. Matisse un gran pintor. Miró un gran espíritu, espíritu vivificador».
Podían tener diferencias estilísticas, pero ambos, como se ejemplifica en la gran exposición, compartieron misma reflexión sobre el papel de la imagen la cultura occidental, hasta el punto de romper tanto Miró como Matisse con las normas establecidas. El francés, para ello, optó por la búsqueda de lo que se podría definir como una armonía decorativa que superara los conflictos internos. El catalán, por su parte, apostaba por el asesinato sin compasión de la pintura.
Miró y Matisse en una exposición conjunta en Barcelona que destaca los estímulos recíprocos de ambos artistas
A ello se le sumaba un vínculo personal. Fue Pierre Matisse, hijo del pintor, quien posibilitó el encuentro entre los dos gigantes. A ello se le sumó el hecho de que Pierre se convirtió en el gran marchante de Joan Miró, uno de los principales responsables de la proyección internacional del autor de «La Masía», especialmente en el siempre complicado y atractivo mercado del coleccionismos estadounidense. Esa relación consolidó precisamente la amistad entre la familia Miró y la de Matisse. Precisamente la exposición nos permite conocer la correspondencia cruzada entre ambos genios del arte del siglo XX.
Subtitulada Más allá de las imágenes, la muestra en la Fundació Joan Miró de Barcelona es fruto de la colaboración con el Musée Matisse de Niza. Y ha propiciado el desembarco en Barcelona de obras llegadas de museos como el MoMA, el Reina Sofía o el Saint Louis Art Museum. Así como de colecciones privadas y las respectivas familias de los artistas. Patrocinada por la Fundación BBVA, se trata de la exposición del año en la Fundació Miró y su director Marko Daniel, está radiante. “Cuando esta mañana he entrado a primera hora a las salas me he emocionado. Hace mucho tiempo que no se había visto algo tan especial en Barcelona”, confiesa. “Es un diálogo inédito que además se hace a través de obras maestras. Nunca se había hecho con tanta profundidad una exposición sobre la manera en que los dos revolucionaron la pintura para introducir nuevas maneras de ver el mundo. Hoy todos vemos el mundo de una manera diferente gracias a lo que hicieron Miró y Matisse, y eso no es poca cosa”, asegura.
La exposición nos ilustra la coincidencia en temas, desde el paisaje al desnudo femenino pasando por la naturaleza muerta hasta limitarse a la simplicidad de la línea o a buscar el origen del hecho pictórico en una sencilla mancha o en un papel pegado con el que crear el «collage». Incluso pasa en las tonalidades cromáticas, como el intenso azul de «Pintura (El guante blanco)», de Miró (1925), tan parecido al de «Vista de Notre-Dame», de Matisse (1914). Una mención aparte la merece la maestría del lápiz mironiano en «Mujer subiendo la escalera» de 1937 que no tiene nada que envidiar a «Cabeza (El Buda)» de 1939, surgido de la mano de Matisse. La exposición es una gran oportunidad para contemplar «Desnudo de pie», una obra maestra de Miró de 1918 del Saint Louis Art Museum.