La música se ha convertido en un acompañamiento permanente de las actividades de la sociedad de consumo. Esto se debe a numerosos motivos, entre ellos que la música es, entre todas las artes, la de más fácil acceso a las audiencias masivas. Además, la presencia de sonidos pareciera generar un mejor ambiente, con un clima más atemperado a las necesidades de cada caso. Finalmente, la música puede orientar la conducta, pues contiene, en sus ritmos y armonías, una pauta de comportamiento.
De esa manera, encontramos música en tiendas de ropa, en supermercados, en casinos y en juegos online, como si los sonidos ininterrumpidos fueran parte del lugar o de la actividad desarrollada. La sociedad de consumo genera la falsa continuidad entre música y mercado.
El caso de las tragaperras online
Este tipo de juegos proliferan en la web, y tal como se ve en estafa.info, las tragaperras online son unos de los entretenimientos preferidos de los portales de juego. Esto se debe en gran medida al uso de la música.
Ya en su modalidad clásica se advierte la cantidad de sonidos que puede desplegar este tipo de entretenimientos; pareciera que toda esa serie de estallidos, aceleraciones y acordes estridentes son parte del mismo juego. Es difícil figurarse un caso de tragaperras, tanto clásicas como online, en la que reine el silencio. Cuando la música se vuelve una parte constitutiva de una actividad, se debe a que cumple una función indispensable, especialmente cuando el usuario no es por completo consciente de lo que está escuchando. A continuación exploraremos esta interesante paradoja.
La música de las tragaperras
Las composiciones musicales utilizadas en este tipo de juegos suelen tener una escasa complejidad, puesto que su foco no está en su valor artístico sino en su potencialidad de influenciar la conducta de los usuarios. De esta manera, las tragaperras suelen valerse de jingles básicos que abusan de ritmos festivos y de sonidos estridentemente alegres. El profesor Mike Dixon de la Universidad de Waterloo, Canadá, realizó un estudio con 96 participantes para evaluar el efecto de la música en los jugadores de tragaperras. Según este experimento, la mayoría de los usuarios prefiere aquellas tragaperras que desplieguen la mayor cantidad de sonidos fuertes y alegres, independientemente de las ganancias recibidas o de la calidad del juego en sí.
Música y conducta, asuntos ligados
En ese estudio, Mike Dixon descubrió que los sonidos de las tragaperras están desarrollados para hacer que las ganancias parezcan mayores de lo que realmente son, así como para generar un efecto de recompensa en los casos en los que el usuario no gana. De este modo, el jugador se somete a un input ininterrumpido de festejos que inundan el subconsciente, lo cual lo induce a continuar jugando casi por inercia. Cuando el cerebro se acostumbra a esos sonidos repetitivos y frenéticos, el individuo cobra un sentido de propósito: a pesar de que, en el plano de la consciencia, el cuerpo se encuentre estático en el juego, y de que las ganancias no sean las esperadas, la persona se siente activa y a gusto gracias a la influencia musical en la mente.
Es significativo que las tragaperras online más frecuentadas son las más ruidosas. El juego mismo pareciera valerse de la necesidad humana por llenar el silencio con motivaciones ilusorias.
El plano subconsciente del juego
Es posible que los usuarios olviden el ritmo de la música una vez que el juego haya terminado; los sonidos solo tienen sentido en tanto dura la partida. De la misma manera, si el jugador oyera esos sonidos, inmediatamente los reconocería como parte de la tragaperras. Esto quiere decir que la música es el elemento del juego que opera en el subconsciente, de manera casi subliminal: es una parte constitutiva de la actividad, pero transcurre entre las sombras de la acción.
La música como relleno de la existencia
Este fenómeno no es anormal en un mundo donde el silencio pareciera ser negativo: tanto para salir a correr como para conducir un automóvil es necesario consumir música (ya ni siquiera realmente escucharla).
Lejos de referir a una necesidad artística de la humanidad posmoderna, esta ubicuidad de estímulos auditivos señala la fetichización de la música en tanto mercancía, al tiempo que denuncia la imposibilidad de las personas de permanecer sumidas en sus propios pensamientos durante un largo tiempo. El silencio se vuelve intolerable porque debe ser llenado con las propias impresiones, lo cual requiere un esfuerzo cognitivo: es más fácil llenar el vacío con los ruiditos y traqueteos de la música popular que ofrece el mercado.