“De la suerte que el destino tiene asignada a los mortales, no hay quien pueda evadirse”
Creonte y Antígona. Tía y sobrina. Una muchacha enfrentada a la máxima representación del estado. Un momento de desequilibrio en el que un ser humano “debe aferrarse de la manera más estrecha a sí mismo”, atenerse a su identidad con la máxima firmeza.
Ni Antígona ni Creonte pueden ceder sin falsear su ser esencial. Ambos tienen razón… Ambos creen tenerla. Los dos obcecados en sus respectivos discursos. Sordos en los extremos… Los demás, sobrecogidos, al comprobar “cuán horriblemente fácil es que el ser humano quede reducido a menos de lo que es o transportado a más de lo que es, pues ambos movimientos son igualmente fatales para su identidad y su progreso”.
Miguel del Arco
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