Bernarda, obra de teatro en el auditorio municipal de Goián.
Bernarda es una historia próxima, comprensible y universal. Todos conocemos en nuestro entorno a alguien como Bernarda, y todos tenemos un poco de Bernarda en nuestro interior, porque ese choque generacional entre padres e hijos es una constante universal, y dependiendo de qué lado estemos, vemos la realidad de forma totalmente diferente. Cuando somos hijos queremos romper con las normas que nos imponen, y cuando somos padres nos vemos en la obligación de ser nosotros los que las impongamos, por su bien, y ese choque entre generaciones que conviven en la misma casa es inevitable.
Este choque generacional, es lo que ocurre en la obra “Bernarda”, por momento nos hace llorar, porque a veces las situaciones se vuelven tensas y duras, y otras veces nos hace reír, porque igual que en la vida, hasta en las situaciones más extremas surge la risa como una necesidad de desahogo y de liberación.
Bernarda es una mujer dura y luchadora, producto de la vida que le tocó vivir, con una infancia de posguerra que la forjó en unos principios rígidos e inamovibles. Al morir el marido tiene que asumir el papel de padre y de madre, y educa a sus hijas como mejor sabe, como aprendió, y todo lo que hace no lo hace por maldad, todo lo contrario, lo hace porque piensa que es lo mejor para ellas. Las hijas, en cambio, no lo ven así, aunque como también entre ellas son diferentes, discuten muchas veces sobre si en el fondo Bernarda es pobrecita o es mala.
Bernarda, al quedarse viuda, intenta que todo siga siendo igual que siempre, y que las “malas” influencias de una sociedad en proceso de transformación no lleguen a sus hijas ni a ella misma. Bernarda no entiende la música yeyé, ni las minifaldas, ni los guateques, ni las nuevas modas de la juventud de la época, y su intención es muy clara: “Mientras yo viva, en esta casa no va a cambiar nada y las cosas se van a hacer como se tienen que hacer.”