La hija del aire
No es fácil enfrentarse a un monumento barroco de la envergadura de La hija del aire. Al parecer, el empeño inicial de Mario Gas y de Benjamín Prado (autor de la versión) ha sido el de acercar a Calderón al público actual, eliminando lo que dificulta su comprensión. Casi todo el teatro clásico que vemos nos llega en versiones aligeradas, pero esto de Gas y Prado ha dejado de ser Calderón. No queda nada del fulgor barroco del verso, de la belleza aturdidora del concepto engastado en la retórica. La rima parece casi una obligación a despachar del modo más liviano posible, los grandes arcos de expresión desaparecen.
Sin embargo, no se publican estos párrafos para establecer si el resultado es más o menos fiel al original, sino para opinar sobre la calidad del espectáculo final, sea éste el que sea. Y esta Hija del aire se sostiene bien a base de trama (ésta sí, respetada), escenografía y bravura interpretativa. La escenografía de Frigerio y Masseroni, aunque descuida el plano de tierra en el que se desarrolla la acción, aporta –con las proyecciones- un fastuoso marco decorativo que rema en la dirección adecuada a la grandeza del tema Y las interpretaciones se suceden con convicción. Sobresaliente Marta Poveda, especializada en estos papeles de mujeres que, durante siglos, han personificado el abismo de todos los males.
Fecha de publicación: 17/05/2019