El alcalde de Zalamea, una de las obras más reconocidas y admiradas de nuestro más importante autor dramático -Calderón de la Barca-, nos habla de muchas más cosas que las que cuenta su argumento, como le sucede a todas las grandes obras.
José Luis Alonso de Santos versiona y dirige El alcalde de Zalamea, el drama de honor de Calderón de la Barca. Ya se estrenó en el Festival Iberoamericano del Siglo de Oro en el Festival de Teatro Clásico de Alcalá de Henares de la Comunidad de Madrid el pasado 14 de junio y se estrenará en los Teatros del Canal el 19 de septiembre y permanecerá hasta el 13 de octubre.
Además de la tensión política que se respira entre líneas, de su poesía y perfecta construcción formal de sus personajes, para mí su mayor valor está en que otorga al espectador el papel de jurado ante las diferentes formas de conducta que se establecen dentro de una sociedad. Y, al hacerlo, le introduce en el importantísimo debate sobre los derechos humanos que antes, y ahora, tiene cada ciudadano, y en la responsabilidad ante los hechos que ocurren en la sociedad que habitamos.
Decía Lope de Vega que los casos de honra eran los mejores para el teatro, ya que mueven con fuerza a toda la gente. Y un caso de honra es lo que va a desencadenar -en esta obra de Calderón- una cadena de conflictos y enfrentamientos: entre la sociedad civil y militar, monarquía y feudalismo, individuo y poder, justicia y dignidad, razón y pasión, dicha y desgracia, armonía y discordia, etc.
Hoy, desde nuestra distancia histórica, seguimos sin poder aceptar ni justificar una violación como la que da pie aquí a toda la fábula dramática. Desde nuestros días nos es más difícil aún que entonces comprender que pasen cosas tan terribles en el mundo. Y, sin embargo, siguen pasando, con toda la crueldad que encierran. ¿Cómo es posible? ¿Qué componente inhumano se esconde en la gruta del tigre interior de algunos seres? ¿Qué hacer para cortar la cadena de injusticia, crueldad y abuso de poder que surge a veces entre nosotros, que hacen que la dignidad humana sea pisoteada? Todo eso se lo preguntaba Calderón en el siglo XVII al escribir esta obra, y nos lo seguimos preguntando nosotros al representarla en el XXI.