Este es un monólogo lleno de voces del pasado y del presente; un monólogo que a veces es una canción de guerra y otras un oratorio por las víctimas, un monólogo sobre la violencia en el campo de batalla y la violencia del deseo, un monólogo sobre lo que hacen en los cuerpos palabras e ideas como “gloria”, “patria” o “inmortalidad”, un monólogo casi sonámbulo — un estallido de palabras que llenan una ausencia— de un personaje que no puede dejar de contar y contar ese poema de guerra, como nosotros no podemos dejar de asomarnos a la oscura belleza de la Ilíada.
Como dramaturgo, es un privilegio poder trabajar junto a un actor del calibre de Rubén de Eguía. Creo que tiene todas las cualidades para asumir este tour de force, que exige del intérprete habilidades no sólo actorales sino de competencia musical y de entrega física. Estoy convencido de que Rubén podrá compartir este poema oscuro como un rapsoda de nuestro tiempo.
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