el discurso de Andrés Laguna constituye hoy una vía privilegiada para reflexionar sobre la noción de Europa, que en su propia época ya no era meramente geográfica, sino cultural. Las oposiciones doctrinales entre católicos y protestantes habían acabado con el concepto de Cristiandad, y había que recurrir a una postura conciliadora que, desde la tolerancia, remitiera a una necesaria adhesión a los valores culturales heredados de la doble tradición clásica y cristiana.