María Jesús G. Garcés muestra su obra ‘Al final siempre son flores’ en una exposición en el CAB que podremos disfrutar desde el viernes 3 de junio hasta el 25 de septiembre. María Jesús G. Garcés llega al CAB con una propuesta en el que lo ausente es tan relevante como lo presente. La creadora reivindica la esencia inacabada de su trabajo, su condición de proceso vivo y abierto.
Exposición de María Jesús G. Garcés en el CAB
Arcillas blancas concebidas como ilimitadas extensiones de un mismo fragmento, papeles de desecho en los que la pintura se derrama y pierde definición. La sensación de inmovilidad para atrapar no el instante, sino lo duradero, lo perpetuo. María Jesús G. Garcés, sevillana afincada en Madrid, ha querido presentarse en el CAB con una obra deliberadamente pobre, humilde, en la que lo ausente es tan relevante como lo presente, donde se esquiva la perfección y se acaricia el deterioro.
Los elementos formales que resultan de esta introspección se proclaman simples, esquemáticos y sintéticos, pero también inmediatos y cercanos. Son formas que flotan en ese espacio de embargo mental que por fuerza evocan lo conocido y aprehendido. Bodegones, flores, lugares que permanecen en la memoria del arte y que asoman involuntarios en la obra de nuestra artista.
Nada extraña si la artista anuncia entre la nómina de convocados a Fra Angélico, Zurbarán, Giorgio Griffa, Silvia Bächli, Sonia Delaunay, Agnes Martin o Richard Tuttle, pero muy en particular la escuela Mono-Ha. El desafiante movimiento japonés introdujo en el mundo del arte una nueva forma de relación entre la materia y la realidad, entre las cosas y su naturaleza, entre el artista y el lugar donde nacen sus referencias.
Tampoco ha de sorprender si aparecen algunas de las referencias de la filosofía actual. Por ejemplo la que discute la primacía de lo “bello” en función de su acabado pulido, frío y distante, tan alejado de lo sublime. En el imaginario de G. Garcés asoman las formas musicales clásicas indias, las ragas, en las que los rasgos melódicos enfatizan determinadas notas, alargándolas y sumergiendo al oyente en una inmovilidad que suspende cualquier sentido.
El valor de la repetición como mecanismo de reacción artística en la que la mente queda en suspenso y la mano “hace” conectada con el pensamiento abstraído y extático. Una comunión entre aparentes contrapuestos dominada por la alternancia del ritmo y el silencio, del vacío y la plenitud.