Faraón: Rey de Egipto, exposición en la Cidade da Cultura de Santiago de Compostela.
Faraón: Rey de Egipto es una muestra que explora el simbolismo y el ideario de la monarquía egipcia, al tiempo que intenta desvelar las historias que se ocultan detrás de los objetos y de las imágenes que ha dejado como herencia esta civilización.
La muestra llega a la Cidade da Cultura con un total de 140 piezas cedidas por el prestigioso British Museum.
A través de las estatuas y los monumentos, los faraones construían con esmero sus identidades, y proyectaban una imagen idealizada de sí mismos, bien como guerreros poderosos, protectores de Egipto contra sus enemigos, bien como adoradores fervientes de los dioses, intermediarios entre ellos y la humanidad.
Tras estas representaciones de la realeza, sin embargo, la realidad era mucho más compleja. Los gobernantes no fueron siempre hombres: la reina Hatshepsut, por ejemplo, rigió los destinos de Egipto como faraón entre c. 1472 y 1458 a. C., aunque en los monumentos apareciera representada casi siempre como hombre. Tampoco eran siempre egipcios los faraones: en épocas de inestabilidad política y guerra civil, Egipto fue conquistado por potencias extranjeras, y gobernado por monarcas como los kushitas de Nubia (actual Sudán), que una vez dueños del país formaron la Dinastía XXV (c. 716-656 a. C.).
Al margen de su origen, o de que fueran hombres o mujeres, los monarcas egipcios se definían mediante la adopción de símbolos reales; así, por ejemplo, inscribían sus nombres en cartuchos, o llevaban en la frente el ureo, una figura de cobra erguida.
Si bien algunos faraones fueron objeto de veneración —como Tutmosis III, que dio su máxima extensión al imperio egipcio, o Amenhotep I, que tras su muerte fue adorado como un dios—, otros se vieron condenados al olvido. Fue el caso de Akhenaton, causante de un profundo trastorno religioso al introducir el culto al disco solar Atón como único dios nacional.
Los objetos expuestos en la exposición Faraón: Rey de Egipto, reflejan la diversidad consustancial a la monarquía egipcia.
Junto a impresionantes estatuas, bellos relieves en piedra de antiguos templos y relucientes joyas de oro, la exposición también presenta objetos menos habituales: las incrustaciones de colores que se usaron para decorar el palacio de un faraón, por ejemplo, nos dan un atisbo de cómo se vivía en la corte real; las misivas grabadas en escritura cuneiforme sobre tablillas de arcilla dan fe de la intensa actividad diplomática entre Egipto y Babilonia durante la Dinastía XVIII (c. 1550-1295 a. C.); el arco de madera de uno de los comandantes militares del faraón nos habla de lo importante que era contar con un ejército fuerte para mantener la seguridad de las fronteras; un papiro que deja constancia de un juicio por robar en un templo, y las imágenes de gobernantes persas, griegos y romanos que actuaron como faraones, nos recuerdan, cada uno a su manera, los múltiples retos que entrañaba gobernar una de las mayores civilizaciones que ha conocido el mundo.
Dividida en nueve ámbitos, la exposición examina la figura del monarca egipcio desde todos los puntos: como ser divino, situado en el centro de la estructura social, alrededor del cual se articulan símbolos y creencias que van más allá de la existencia terrenal; en su vida de palacio, rodeado por su familia; como gobernante y como guerrero, e incluso pone de relevancia los diferentes orígenes de los faraones.
La muestra supone, en definitiva, una oportunidad de conocer las realidades de la vida en el valle del Nilo y descubrir la fascinante historia que rodea a los Señores de las Dos Tierras, encargados de proteger Egipto de los enemigos y de garantizar el orden en el universo.
Hasta el 15 de agosto