Intensamente Azules: Sinopsis
Mi hija pequeña me ha pedido que no vaya a ver sus partidos de baloncesto con gafas de nadar. Al explicarle que con ellas por fin entiendo las reglas e interpreto correctamente las jugadas, me ha respondido que puedo seguir yendo a sus partidos con gafas de nadar siempre que no me siente junto a los otros padres…
Una mañana, al despertar, encontré en el suelo, rotas, mis gafas de miope. Tras algunos instantes de desconcierto, recuperé la calma al recordar que tenía otras gafas graduadas: las de natación, que mi familia me había regalado en un cumpleaños. El caso es que empecé a moverme con ellas por la casa, lo que sorprendió un poco a mis hijos –a mi mujer no; a ella no le sorprendió nada-, sobre todo cuando salí al supermercado a comprar leche, que hacía falta. Fue en el súper donde me di cuenta de que, tanto como el modo en que yo veía a la gente, cambiaba el modo en que la gente me veía a mí. Pruebe a ponerse unas gafas graduadas de natación y salga al mundo.
Nadie se conformará con la explicación más sencilla –“Esta persona lleva esas gafas para no romperse la crisma”-. Unos te toman por provocador. Otros te tratan como alguien que necesita ayuda –ésos son los más peligrosos-. Algunos te prestan una atención que jamás te dieron. Y hay quien no te ve, quien te descarta como un error de su percepción –ante ésos vives en un estado de presencia ausencia muy interesante; ser una persona con gafas intensamente azules es lo más cerca que yo he estado de ser un ángel. Al salir del súper, en la calle, saqué la libreta DIN-A7 que siempre me acompaña y empecé a escribir sobre lo que me pasaba y sobre lo que podía pasarme –desde niño me ha costado diferenciar lo uno de lo otro; detrás de mis gafas azules, me resultaba imposible distinguir-. Muy pronto sentí que ese texto –diario, relato, comentario a Schopenhauer, poema o lo que fuese, cuyo origen autobiográfico pone en duda mi hermano pequeño- tenía vocación de ser pronunciado, quería ser puesto en cuerpo, hacerse teatro. He tenido un cómplice maravilloso para ello. César Sarachu, con quien ya compartí aquella aventura que llamamos Reikiavik, es un actor de una elocuencia extraordinaria, capaz de llenar de poesía cada gesto.