La primera vez que fui consciente de que el mundo no era perfecto tenía seis años… No tardé en descubrir que mi madre también estaba en apuros. Mi padre era tan duro con ella como con Max y conmigo. Mamá nos decía que tenía mal genio y que se enfadaba porque nos quería. Pero en el colegio nos enseñaban que a las personas a las que se quiere no se les hace daño. Fue entonces, a la corta edad de seis años, cuando comprendí, que a eso no se le podía llamar amor.
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