Hay obras de teatro que me producen admiración, otras sonrisas incluso carcajadas, otras penas o preocupación, las menos reflexión pero las hay que desde las primeras palabras simplemente te encogen el corazón y no te sueltan hasta el último momento. Esto me ocurrió con Olivia y Eugenio. Una realidad dura y específica, aparentemente inexorable conduce la obra. Pero esas cualidades que hoy tenemos tan abandonadas como la ternura, la fe en nosotros mismo, la inmensidad del amor a la vida, la ingenuidad, la inocencia, la alegría de sentirse vivos y tantas y tantas otras, cambian esa realidad y nos muestran que siempre hay otros caminos, que el hombre es dueño de su propio destino digan lo que digan las circunstancias, los agoreros oficialistas y los erigidos como presbíteros incuestionable que tantas veces nos ciegan y nos impiden ver que es precisamente, la gran aventura de la vida.
Un ser entrañable, de esos que calificamos con horrendos y equívocos epítetos para diferenciarlos de nosotros los patéticos normales. Un ser marginado socialmente, uno de esos seres que hemos decidido que estén aparte, nos da una lección de vida. Nos muestra donde está la autentica realidad, los auténticos valores, la vida auténtica. ¡Envidiable
Eugenio!, ¡Afortunada Olivia que convives con él!. Indiscutible luz en este mudo oscurecido por la mezquindad, la codicia y el desprecio a los demás. Lóbrego mundo que niegas cualquier ayuda a los mal llamados débiles, que llega hasta quitar la ayuda a los dependientes ante la actitud indolente de los demás, ¿cu ántos Eugenio harían falta para modificarte?
He dirigido ya mas de un centenar de obras pero Olivia y Eugenio es la que siempre permanecerá más cerca de mi corazón.
José Carlos Plaza.
Lugar: Teatro Calderón de la Barca
Calle Angustias, 1