Todos conocemos a esa gente que le cuesta dar un ‘buenos días’ cuando te cruzas con ellos en el ascensor. Esa gente que vive con la cara acartonada. Esa gente que si pudiéramos echar una ojeada a su diario veríamos que sólo hay un reglón escrito y el resto de páginas son una sucesión de comillas. Esa gente que ahorra sonrisas en una cuenta bancaria con el saldo en negativo… en definitiva, la gente triste.
Son personas que llevan la procesión por fuera. Personas que le han puesto una orden de alejamiento a la felicidad y cualquier persona que la padezca. Gente que se pide un ‘sol y sombra’ y sólo se toma la ‘sombra’. Personas que viven a 35 revoluciones por minuto, que se toman una bebida energética, y se duermen. Personas que han gestionado sus emociones con Photoshop. En definitiva, no se me ocurre otra forma mejor de denominarlos que: gente triste. Reconocemos a la gente triste. Pero, ¿reconocemos nosotros al triste que llevamos dentro?. Si te planteas esa pregunta es que con toda seguridad no lo seas y por eso has leído esta sinopsis hasta el final. Quiero sacar el lado divertido de la gente triste. Sin ninguna pretensión, cada uno con su rollo que para eso están los terapeutas. Yo hago comedia y la gente triste se merece la suya.
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