Fruto del encargo que le hizo el conde Walsegg a través de un misterioso mensajero a principios del verano de 1791, ya que el noble prefirió permanecer en el anonimato, el músico inició su escritura motivado por la abundante recompensa económica prometida a su terminación y por demostrar, una vez más, su capacidad en el género sacro pensando en la posibilidad de acceder a maestro de capilla de la Catedral de San Esteban de Viena. En el otoño de dicho año enfermó, circunstancia que marcaría el proceso de invención de esta obra hasta el punto de considerarla, en su esfuerzo por terminarla ante su progresivo debilitamiento, como un réquiem para su propia muerte, dejándolo inconcluso, ya que acabó la mayor parte de la primera mitad de la obra, dejando instrucciones y varios esquemas para el resto que utilizaría su discípulo Franz Xavier Süssmayr para su definitiva conclusión.
Mozart se mostró siempre conservador en cuanto a la música sacra se refiere y así procede en su Réquiem, adoptando deliberadamente el estilo del barroco tardío del que tomó modelos fugados que ya aparecieron en antecesores suyos como Johann Michael Haydn de cuyo Réquiem, que Mozart había interpretado en múltiples ocasiones, captó algunos detalles que aplicaría a su obra. En cuanto a la instrumentación hay que decir que seleccionó elementos tradicionales y algunos de su predilección como los clarinetes tenores, que contrastan con el resto de la orquesta a la que añade bajo continuo a cargo del órgano que rivaliza con el suave y confortable sonido de la madera. Con estos medios sonoros Mozart reconduce su arte en esta magistral obra consiguiendo aunar la galantería e ingenuidad de la estética preclásica con la fuerza y hondura de sentimientos del clasicismo hasta alcanzar un perfecto equilibrio entre una estructura musical absolutamente personal y la profundidad de pensamiento que hacen que la obra alcance una belleza conmovedora.
En este sentido son muy significativas y esclarecedoras las palabras del escritor, poeta e intelectual italiano Beniamino Dal Fabbro cuando refiriéndose a esta obra dice: «En el Réquiem Mozart nos ha dejado su confesión más extraña e íntima, además de testamento musical, en el que defiende una noción del arte muy distinta a aquella de la que durante toda su vida había sido un impecable cultivador, el mismo carácter inconcluso de la obra le imprime, como les ocurre a los Esclavos de Miguel Ángel, un encanto particular, un sello de autenticidad que la aproxima más a nosotros y que debería disipar por completo la idea de clasicismo comedido y de absolutez formal que suele acompañar al nombre de Mozart y a su figura como músico».
viernes, 27 marzo, 21.00 h.
sábado, 28 marzo, 20.00 h.
Lugar: Teatro Cervantes de Málaga
Calle Ramos Marín, s/n, Málaga, 29012