En un mundo interconectado, acumulamos datos y amistades en presente absoluto. Sin pausa. Escenificamos ficciones de vidas a imagen y semejanza de tendencias globales, buscando desesperadamente la aceptación social y la popularidad entre una multitud de otros individuos tan aislados como nosotros mismos. Fagocitamos presuntas experiencias porque sentimos nostalgia de autenticidad, mientras somos incapaces de entender nada de lo que sucede a nuestro alrededor. Como turistas viajamos en busca de lo desconocido, pero en realidad lo único que hacemos es desplazarnos por el planeta buscando imágenes que ya conocíamos antes de salir de casa. Sumergidos en nuestra propia vacuidad, el turismo se ha convertido en la imagen perfecta para explicar nuestro tiempo: una imagen incompleta, fragmentaria y por tanto parcial de nuestra realidad.