Hace ya cuarenta y cinco años que de nuestras gargantas nos salió un grito ronco, dolido, agresivo; y de nuestros pies, golpes de flamenco viejo, distanciado y lejano del que la dictadura promocionaba en festivales esplendorosos, tablaos y teatros para divertir. En ese estudio dramático sobre cantes y bailes de nuestra Andalucía, al que llamamos Quejío, incorporamos en expresiones sonoras, el dolor de todo un pueblo: la lucha campesina de la que hablaba Blas Infante, el silencio dramático de la emigración, las cicatrices que causan en el alma el miedo, las bocas cerradas del medio popular, y la Andalucía aplastada por la imagen panderetera que tapaba, con un manto negro bordado en oro, el hambre, el analfabetismo y el chiste fácil de su cruda realidad.
Por un impulso nacido de nuestra dignidad como andaluces, le plantamos cara a la enajenación con nuestras espaldas cargadas de los cantes y bailes de nuestra tierra y nuestros pechos descubiertos para recibir la violencia de los sectores acomodados que voceaban un paraíso andaluz. El paso fue decisivo: además de su función social, destapábamos la estética de un arte popular apoyándonos en la violenta belleza de nuestros cantes y nuestros bailes despojados del virtuosismo en las voces y de volantes de encajes en los vestidos. Desde nuestra presentación en París, el 22 de abril de 1972, en el Gran Anfiteatro de la Sorbona, invitados por el Festival de Teatro de las Naciones dentro del apartado de “Teatro Político y Minorías Culturales”, hemos recorrido el mundo con el eco de un grito que sorprendió al ámbito cultural del arte escénico: 25 espectáculos estrenados, más de 5.000 funciones realizadas, 34 países visitados y la asistencia a 200 Festivales Internacionales. Y el nombre de nuestra tierra se fue consolidando en función de su identidad y sus logros laborales. Andalucía, despojándola del folclorismo colorista en aquellos tiempos imperantes, empezaba a tener un lugar en el panorama de reivindicaciones plenamente en marcha en nuestro pueblo. Al grito de Viva Andalucía libre por el que murió Blas Infante con dos tiros en el pecho, se le han puesto coros sinfónicos y banderas blancas y verdes de rica tela. Circunstancias largas y difíciles de contar en estos momentos tan difíciles económicamente y tan confusos ideológicamente, nos han llevado a retomar ese espectáculo, QUEJÍO, desde este refugio de teatro popular que ocupamos en nuestro barrio, con la misma ilusión y exacto convencimiento que en aquella lejana fecha de su estreno. Volver a cerrar los puños hoy en un espacio íntimo como el de nuestro teatro, en nuestro barrio, es volver a plantarles cara a la incertidumbre, a la sombra de la pobreza, a las desigualdades y sobre todo al olvido del compromiso cultural de Andalucía como Nación.