Orquesta Sinfónica de Castilla y León
Jesús López Cobos, director
José M. Asensi, Carlos Balaguer, Emilio Climent, Martín Naveira, sección de trompas.
Robert Schumann (1810-1856)
Obertura Manfred, op. 115
Robert Schumann
Pieza de concierto para cuatro trompas en fa mayor, op. 86
Antonín Dvořák (1841-1904)
Sinfonía n.º 6 en re mayor, op. 60
El maestro toresano Jesús López Cobos, director emérito de la OSCyL, posee una admirable técnica de dirección, tan útil que es capaz de adaptarse a cualquier estilo y a cualquier repertorio. Así lo atestigua, por ejemplo, su etapa como director titular de la Sinfónica de Cincinatti, cuyas grabaciones para el sello Telarc van desde el repertorio español hasta Mahler y Bruckner. Precisamente, de la Séptima de este último compositor escribe Brian Wigman en ClassicalNet: “López-Cobos (…) sin duda tiene una comprensión más clara de lo que lo hace Mariss Jansons (…) se niega a correr o imponer las ideas locas en la música”. Este extracto puede calibrar la concepción que este director tiene de los autores del periodo romántico, caracterizada por su naturalidad.
En este caso podremos disfrutar con Schumann y Dvořák. Del primero se pondrá en los atriles la famosa Obertura Manfred, un verdadero epítome del romanticismo musical, y la infrecuente Pieza de concierto para cuatro trompas, en la que podrá lucirse la sección de viento-metal de la OSCyL, capitaneada por su excepcional solista José M. Asensi. En ella Schumann ofrece una rica multiplicidad de interrelaciones formales y armónicas, sobre todo entre los solistas.
Las sinfonías de Dvořák se han ido valorando cada vez más en sentido inverso a su numeración: hace décadas, fuera del ámbito checo la Novena ganaba por goleada al resto en cuanto a número de interpretaciones, y ahora eso no ocurre tan acusadamente. La Sinfonía n.º 6 es de las más valoradas y se distingue por el contraste entre muchos guiños al gran estilo sinfónico alemán —a Beethoven y sobre todo a Johannes Brahms (la obra fue compuesta específicamente para la Filarmónica de Viena y su director, Hans Richter)— y la viveza de sus ritmos de baile propios del folclore checo, en los que un biógrafo de Dvořák, Otakar Sourek, escuchó “el humor y el orgullo, el optimismo y la pasión en la vida de la gente checa, donde se respira la fragancia dulce y belleza de bosques y prados”.