Vie, 08 abril 2016 – 20:00 – Sala Sinfónica , entradas: 7 / 13 / 19 / 24 / 29 €
Orquesta Sinfónica de Castilla y León – Christian Zacharias, director
Iván Martín, piano
Wolfgang Amadeus Mozart
(1756-1791)
Concierto para dos pianos en mi bemol mayor, K. 365
Anton Bruckner
(1824-1896)
Sinfonía n.º 2 en do menor
Dos reconocidos pianistas protagonizan el concierto de abono n.º 13. Christian Zacharias –que lo dirige– cuenta con una carrera internacional que ha dado sus frutos en decenas de grabaciones, entre las que se encuentran varias integrales; por ejemplo, la de las sonatas de Mozart para el sello EMI, respecto a las cuales la revista Gramophone hace hincapié en la frescura improvisatoria y la definición de estados de ánimo. Iván Martín, artista en residencia, ha interpretado variados programas en el Centro Cultural Miguel Delibes y continúa así su estrecha relación con la OSCyL. A propósito precisamente de su Mozart, el crítico Justo Romero ha afirmado que sus interpretaciones son “visiones calibradas y cálidas a un tiempo, plenas de atmósfera, gracia, lirismo y claridad”.
Juntos se enfrentarán al Concierto para dos pianos de Wolfgang Amadeus Mozart, compositor al que estilísticamente ambos se sienten afines. En esta obra, el hecho de que haya dos instrumentos solistas hace que el compositor varíe la habitual estructura de concierto para un solo instrumento, y permite un rico intercambio de ideas entre los dos pianos en régimen de igualdad.
Completada en 1872 pero revisada en 1873 y en 1876, la Sinfonía n.º 2 de Anton Bruckner cada vez se va interpretando más. Se trata probablemente de la primera sinfonía en que se presenta el Bruckner más característico y reconocible, con todo lo que ello implica para sus admiradores y detractores. De hecho, su estreno estuvo repleto de vicisitudes: fue rechazada por el director Otto Dessof después de haberla ensayado, y Bruckner tuvo que estrenarla con patrocinio propio. Algunos músicos de la Filarmónica de Viena la llamaban —de forma no muy cariñosa— “sinfonía de las pausas”. Precisamente esas pausas son las que rompen en cierto grado los clichés románticos y dotan a esta sinfonía de una complejidad mayor que la de su predecesora. También aportan cierta inquietud al que la escucha, que siente el típico desasosiego de un camino que acaba de iniciarse, en este caso el del auténtico estilo del compositor más peculiar del siglo XIX.