Orquesta Sinfónica de Castilla y León
Andrew Gourlay, director
Einojuhani Rautavaara (1928)
Sinfonía n.º 6, “Vincentiana”
Serguéi Rajmáninov (1873-1943)
La isla de los muertos
Modest Músorgski (1839-1881) / Maurice Ravel (1875-1937)
Cuadros de una exposición
El director titular de la OSCyL, Andrew Gourlay, afronta un programa inspirado en el mundo de la pintura y lleno de retos, en parte por lo que supone aportar un sello personal a una obra tan frecuentada como Cuadros de una exposición, y, desde el lado opuesto, por la complicada naturaleza de una pieza contemporánea de un autor tan respetado como Einojuhani Rautavaara. Sin duda su experiencia con una orquesta que ya conoce muy bien y su innegable capacidad de adaptación contribuirán al éxito. Además, en el descanso está previsto un acto que girará en torno al arte pictórico: otro buen aliciente.
En esta velada se combinan dos obras de repertorio con la sinfonía de un compositor vivo, concretamente la n.º 6, “Vincentiana”, de Rautavaara. Aunque existen otros compositores que han inspirado su música en la pintura de Van Gogh, como Gloria Coates o Henri Dutilleux, quizá esta sea la más descriptiva, sobre todo porque gran parte de su material se extrae de la ópera Vincent (1990). Incluye la presencia de un sintetizador, y cada movimiento de la sinfonía hace referencia a una imagen o idea de la ópera, a través de la combinación de pasajes rapsódicos con otros de fuerte atonalismo.
La isla de los muertos es uno de los poemas sinfónicos más redondos e interpretados de Rajmáninov. Su éxito se basa en lo hipnótico de sus células temáticas y en la sobresaliente habilidad para distribuir los crescendi y sus tremendos clímax. Basada en el cuadro homónimo de Arnold Böcklin, la obra fue compuesta en Dresde en 1908 y se ha convertido en un ejemplo de estilo musical en el que inmediatamente se transmiten unas sensaciones muy precisas sin llegar a contar una historia realmente elaborada.
Cuadros de una exposición, de Músorgski/Ravel, es una de las pocas obras gestada por dos autores que se han instalado en el repertorio. Parecía difícil superar la calidad de la obra original para piano del compositor ruso, pero la increíble habilidad de Maurice Ravel para aportar con su refinadísima orquestación colores sorprendentes, pero a la vez perfectamente imbricados y justificados, logra crear una impensable, sólida y estimulante unidad estilística entre dos mundos que en principio no parecen afines.