Orquesta Sinfónica de Castilla y León con Emmanuel Krivine, director.
Richard Strauss (1864-1949) Don Juan – Hector Berlioz (1803-1869) Romeo y Julieta, op. 17: Escena de amor – Piotr Ilich Chaikovski (1840-1893) Sinfonía n.º 5 en mi menor, op. 64.
El director Emmanuel Krivine, nacido en 1947 en Grenoble, ha sido calificado como “uno de los mejores directores de Europa” por el crítico Leopold Tobisch. Su trayectoria lo avala: ha sido director de la Orquesta Nacional de Lyon, principal director invitado de la Orquesta Filarmónica de Radio Francia y, desde 2014, de la Orquesta de Cámara Escocesa. Sus grabaciones en grandes sellos, como Deutsche Grammophon o Warner, dan idea del prestigio internacional que este director ha ido adquiriendo a lo largo de su carrera. Kriviné dirige a la OSCyL en un programa en el que la pasión romántica, en distintas vertientes y estilos, y la superación de los moldes del pasado para poder expresarla de una forma descriptiva, parecen recorrer todos los pentagramas.
En una carta, Richard Strauss afirma que “hacer música de acuerdo con reglas de forma como las establecidas (…) ya no es posible en ningún caso”. En el poema sinfónico existe un programa, es decir, se cuenta una historia que puede ser narrada con mayor o menor cantidad de detalles. Concretamente, en Don Juan se habla del periplo vital de un depravado, cuyo brillante exterior esconde las oscuras intenciones de lograr la satisfacción propia aunque se destruya a los demás. Esto da pie a la que fue la primera obra maestra —y, muy importante, primer éxito comercial— de Strauss dentro de este género.
La Escena de amor de Romeo y Julieta de Berlioz posee otro tipo de pasión: sincera, adolescente, entregada. Se trata de una música casi erótica, dada su sensualidad, de una factura orquestal admirable. Como admirable y brillante también es la Sinfonía n.º 5 de Chaikovski, si bien no tiene nada que ver con la obra de Berlioz: en este caso se trata del tema del destino. Chaikovski no quedó muy contento con el resultado de esta sinfonía, pero sus quejas con respecto a su obra [“Hay en ella algo falso (…) ¿Habré agotado definitivamente mi capacidad creadora?”, escribía a su mecenas Nadezhda von Meck] fueron difuminándose con su éxito en Alemania y sobre todo en Estados Unidos.