– Sala Sinfónica, entradas: 7 €/ 13€ / 19€ / 24€ / 29 €.
Josep Pons, director
Gustav Mahler (1841-1904), Sinfonía n.º 6 en la menor
Después de una larga carrera, en la que Josep Pons puede presumir de haber dirigido a grandes conjuntos internacionales —Gewandhaus de Leipzig o Staatskapelle de Dresde— o conseguido los más prestigiosos premios —Diapason d´Or, Choc Le Monde de la Musique, 10 Repertoire…—, fue nombrado en la temporada 2012-2013 director musical de Gran Teatro del Liceo. Afortunadamente, el intenso trabajo que significa ejercer un puesto semejante no ha provocado un debilitamiento en su relación con la Orquesta Sinfónica de Castilla y León. Esto se demuestra con la visita para dirigir una obra tan compleja como la Sinfonía n.º 6 de Mahler, todo un maratón físico e intelectual.
Compuesta entre 1903 y 1904, esta sinfonía, a veces denominada “Trágica”, ya pertenece a la etapa en la que el compositor austrohúngaro había renunciado a componer con trasfondo programático —es decir, música que parte de una narración o idea, concretada en distinto grado, y que intenta reproducirlas a través de su propio código sonoro—. Al contrario que Richard Strauss, que abandonó la sinfonía para poder expresarse más libremente, Mahler mantuvo sus estructuras más básicas y las fue modificando a la búsqueda de una expresividad acorde con la mentalidad de su época, de sus circunstancias personales y de sus recursos como compositor.
Mahler afirmaba que en una sinfonía debe caber todo, lo que está relacionado con el gran formato de muchas de sus composiciones, y no solo en cantidad de minutos, sino en la intensidad del mensaje y en lo multitudinario de la orquestación. A veces se lo ha acusado, en comparación a otros compositores, de no ordenar adecuadamente su discurso. Sin embargo, en la Sexta se demuestra que Mahler utilizaba las formas clásicas a conveniencia. El último movimiento de esta obra es una superforma sonata que funciona como un inapelable y brutal mecanismo de relojería, lo que otorga si cabe mayor agresividad a esta “destrucción de mundo”. Para Alma Mahler, en este Finale “él mismo [Mahler] se describe en su propia caída (…). Ninguna obra pasó tan bien de su corazón a la música como aquella”.