Principio de indeterminación expresiva
La tercera película del autor teatral, guionista y realizador neoyorquino Kenneth Lonergan se estrena en España cuando aún se hallan en cartel
Los del túnel (2016) y
Toni Erdmann (2016); dos comedias -una con aspiración a lo popular, otra de tintes autorales- sobre los flujos y reflujos de nuestra condición en el presente, fallidas hasta cierto punto: la apuesta franca de ambas por el humor no se corresponde con unas formas capaces de hacer del mismo sino un útil de impacto circunstancial, nada inquietante a largo plazo.
Manchester frente al mar, en cambio, opera de acuerdo con los principios de la incertidumbre expresiva, única estrategia honesta actualmente dada la epidemia de asertividad publicitaria que aqueja a la ficción. Ello convierte su tratamiento del drama, el individuo, nuestro tiempo, en un ejercicio de equilibrismo al límite sobre obviedades fílmicas varias y las expectativas ´humanistas´ del cinéfilo. La incomodidad resultante, a pocos grados de separación de la que suscita el cine de Todd Solondz, provoca a menudo la carcajada perpleja del espectador; ese ´WTF!?´, tan empleado en Internet, que supone el primer paso para volver a percibir de manera auténticamente novedosa el hecho cinematográfico y cuanto nos rodea.
La mirada de Lonergan, que, insistimos, recurre en vez de a lo tragicómico al extrañamiento, la elipsis, lo impredecible, ya había caracterizado momentos clave de su ópera prima, Puedes contar conmigo (2000); había contribuido a hacer de la versión íntegra de su segundo filme,
Margaret (2011), el extraordinario apólogo moral que precisaba una época impotente para articular el concepto de lo ético; y había mudado obras teatrales como The Waverly Gallery (2001) o The Starry Messenger (2009) en tests de laboratorio acerca de la dificultad del lenguaje, incluido el artístico, para dar cuenta cierta de lo que somos. En
Manchester frente al mar, Lonergan pone de manifiesto una agudeza especial, a través de la armonía lograda en casi todo momento entre una escritura de precisión a la hora de alternar personajes, tiempos, anécdotas, y una puesta en escena de trabajado naturalismo en la que juega rol determinante la fotografía digital de Jody Lee Lipes.
Una armonía que puede confundirse con monotonía si se aprehende la película en función solo de los hechos que se exponen en pantalla: Lee (
Casey Affleck) se limita a sobrevivir desempeñando empleos precarios tras un grave suceso que le ha distanciado de su mujer, Randi (
Michelle Williams). Sin embargo, el letargo existencial en que se ha abismado nuestro protagonista sufre una conmoción cuando, por fuerza mayor, su hermano Joe (
Kyle Chandler) le lega la custodia de su único hijo, Patrick (
Lucas Hedges). Los esfuerzos poco entusiastas de Lee por sobrellevar las obligaciones para con su sobrino, le obligarán además a revivir, en forma de flashbacks, traumas que había preferido aparcar en el pasado.
Manchester frente al mar se traviste de drama acerca de los golpes que propina la existencia, y la capacidad del ser humano para superarlos y seguir honrando la vida. Pero dinamita su naturaleza como tal desde un primer momento, vía la deconstrucción de los signos asociados al género, el neutralizado de sus características, y su nueva disposición en pantalla para unos caracteres que son los primeros en no reconocerlos. El ´tableaux vivant´ que recrea Lonergan con una lucidez perturbadora -y con un humor soterrado, en ocasiones impertinente, que roza la crueldad-, es desolador, tanto antes como después del hecho que aliena a Lee de sus semejantes: la mezquindad, el egocentrismo, la banalidad, el déficit de atención, la intrascendencia, la mediocridad de todos y cada uno de los personajes, deja en evidencia la imposibilidad misma de conjugar discursos dramáticos, morales, que tengan un mínimo sentido para ellos y, por extensión, la sociedad en que acontece y se ve acogida la ficción que nos ocupa.
Una escena clave para comprender plenamente esta inquietud radical de Lonergan, es aquella en la que Lee busca (y no encuentra) un castigo para cierta gravísima imprudencia, y no puede procurárselo él mismo. A partir de ese momento, se transforma en un alma en pena, que, cuando afirma que no puede superar lo que le ha sucedido, que no puede participar del espíritu constructivo con que los demás prosiguen sus vidas, está negándose en realidad a ser partícipe, cómplice, de unas sinergias terapéuticas de la ficción que ya no son otra cosa que lugares comunes sin operatividad ninguna, sombras y niebla por las que vagan espectros. Los arrebatos agresivos de Lee, con los que trata de violentar su inexpresividad como sujeto dialéctico, con los que intenta quizá romper la cuarta pared, son la muestra más evidente de una desesperación existencial -artística- que no tiene que ver tanto con la vivencia y el retrato de ciertas desdichas en particular, como con la constatación de su irrelevancia en un determinado panorama sociohistórico.
Hay en definitiva mucho en la película de Lonergan de novela, y, más exactamente, de gran novela escrita por el Fiódor Dostoyevski que escribió: "Hay tres fuerzas, tres únicas fuerzas en la tierra, capaces de cautivar para siempre nuestra conciencia, la felicidad: el milagro, la autoridad, el misterio". Manchester frente al mar describe a la perfección un mundo empeñado en no brindar espacio a ninguna de tales fuerzas.
Lo mejor:
Es una de las películas más lúcidas, inhóspitas, estrenadas en los últimos años
Lo peor:
Si no se sabe apreciar su sesgo radical, puede aburrir