Superhéroes pequeños, cine menor
Los primeros minutos de esta vigésima entrega del Universo Cinematográfico Marvel, secuela directa de Ant-Man (2015), nos remiten por fórmulas narrativas y falta de ambiciones formales a una mera serie televisiva. Después de los eventos que han representado este mismo año Pantera negra (2018) y Vengadores: Infinity War (2018), la película presente hace gala de ser, aun en mayor medida que su antecesora, un divertimento exiguo, de espíritu humorístico y familiar semejante al que ostentó la Disney en imagen real de hace medio siglo. La razón de ser básica de Ant-Man y la Avispa es perpetuar la omnipresencia de Marvel en el imaginario mediático y popular contemporáneo, y que el estudio no deje pasar la oportunidad de zamparse una cuota de la agradecida taquilla veraniega. Con todo eso en mente puede llegar a disfrutarse esta nueva aventura de Scott Lang ( Paul Rudd) y Hope Van Dyne ( Evangeline Lilly), que emplean sus poderes de miniaturización para hallar en el universo de lo subatómico a la madre de la segunda. El reparto, las sinergias entre sus personajes a través de diálogos ocurrentes, y un par de escenas de acción ingeniosas, son lo más destacable del filme.
Lo mejor:
Paul Rudd, cómodo el cine de gran espectáculo sin renunciar a sus credenciales como actor
Lo peor:
La película se empeña en resultar intrascendente