Lars Von Trier filma una de sus películas más radicales, personales y provocadoras para lo bueno (no poco) y lo malo (ídem)
Lars Von Trier es un cineasta único. Su cine levanta pasiones y genera acaloradísismos debates, poco más o menos lo mismo que su persona. Cannes quedó perplejo entre la admiración y el rechazo con su último salvaje pedazo de celuloide. "Anticristo" es una de esas películas que exigirán seguro la perspectiva del tiempo como juez, y que bien pudiera acabar revelando su aparente incontinencia visual, sexual y psicológica como, quién sabe, punto álgido en la carrera de un visionario maltratado por el presente.
Von Trier no es nuevo en estas lides, ya le cayeron palos por doquier a costa de la inclasificable y ultrapolémica "Los idiotas" (a la postre la única inmersión del danés en los postulados del proyecto Dogma) y el tiempo ha acabado por reivindicarla como obra indispensable del cine europeo de los 90, pese a quien pese (y pesa a no pocos). Es muy probable que ponga de uñas a los fans del Von Trier manso, angloparlante y mediático de los últimos años (el de "Dogville", "Bailar en la oscuridad" y demás parientes), pero hay otro, éste, infinitamente más escorado hacia la radicalidad y la experimentación sin freno. Los que detesten ese yo del director danés que salgan corriendo porque lo tenemos aquí de vuelta en todo su desbocado esplendor.
Una cosa cierta, lo nuevo del paradójico cineasta danés no deja indiferente a nadie. Concebida en un estado de ansiedad extremo, en el abismo de una depresión de caballo y desde la agresividad del artista atormentado y de uñas con el mundo, Anticristo es una filme difícil de ver y más aún de metabolizar y digerir. Lo fácil es decir que a Von Trier se le ha ido completamente la pinza y que más que una película en sí, su nueva criatura es un ejercicio de onanismo visual o algo así, codificado para consumo estrictamente interno. Pero lo cierto es que como obra de arte que sitúa al receptor en el filo del abismo experimentando toda clase de sensaciones y estados de ánimo Anticristo tiene un valor incontestable.
Cine expulsado desde las tripas con virulencia insólita y, desde luego, cualquier cosa menos irrelevante. Juro que es difícil posicionarse tajantemente de un lado u otro. Es de esas películas que probablemente querrías no volver a ver en el resto de tu vida pero que, por contra, exigen lecturas sucesivas más meditadas y frías para definir si se está más por el aplauso o el rapapolvo.
Lo mejor:
Que te pone entre la espada y la pared y no te consiente indiferencia.
Lo peor:
Que a ratos da la sensación de que a Von Trier se le ha ido la olla.