Cine como eufemismo
Cincuenta sombras de Grey debería hablar del amor a través del sexo o viceversa, pero el marketing es una mala bestia, y en tanto que concebida no como película sino como el eco de un fenómeno mediático-editorial, como merchandising audiovisual de una marca, de un icono del blockbuster literario femenino, cuaja en torno a una paradoja monumental: el sexo es un señuelo. En realidad no tienen lo que tiene que tener para transitar los claroscuros del periplo erótico-sentimental de Anastasia Steele con todas las consecuencias. O sea, hay una consigna de estudio innegociable: la película tiene que estrenarse eludiendo a toda costa la calificación NC-17, y si para ello hay que desnaturalizar el jaleo concupiscente se desnaturaliza y punto.
En esas está la propuesta de Sam Taylor-Johnson, muy resignada a lidiar con un encargo imposible. Para empezar la escritora del novelón tiene poder de veto sobre todas las decisiones que afecten a la película, y para más inri, los productores imponen sexo amable, sadomasoquismo suave. En ese dilema la película se evapora, incapaz de sobreponerse a los grilletes y a los peajes de una producción concebida como réplica oportunista de un fenómeno social, sin demasiado respeto por sí misma, lastrada por la permanente atención a las líneas rojas que nadie quiere rebasar. Y los resultados, ante semejante, tesitura, en ningún caso pueden ser dignos. Cincuenta sombras de Grey no se atreve a explorar los pliegues más oscuros (pocos) del material escrito original.
La idea es obrar el milagro de meter en la sala de cine al público femenino adolescente que se deja engatusar por el romanticismo blandengue y descastado de propuestas tipo Stephenie Meyer o Federico Moccia. A saber, sentimentalismo chillón que apela a la edad del pavo hormonal (más allá de virtudes y defectos, que de todo hay y habrá) y la narrativa emocional de un test de una revista de quinceañeras. Todo eso, naturalmente, decorado aquí con un guiño insostenible a lo prohibido. Es decir, un Crepúsculo para treintañeras o para veinteañeras "malas", que no acuden al cine a ver película sino a ligar imágenes a pasajes de una novela de la que son entusiastas seguidoras. Por eso sería injusto decir que "50 sombras de Grey" es decepcionante.
Es, de hecho, exactamente lo que sus productores querían que fuera: provocación light, presunto alto voltaje erótico sin alto, sin voltaje y casi sin erótico, en una película que exige traerse la lectura de casa para llegar con la imaginación donde las imágenes no llegan para evitar el azote de la censura. En consecuencia, y más allá de un sutil y acertado, si bien poco desarrollado, sentido del humor, asistimos a la consagración de ese nuevo modelo de adaptación exprés orientada a dar cancha a los club de fans de las novelas olvidando todo lo demás sin el menor decoro.
Aquí, entre tanto, ni rastro de morbo, de picante o intensidad sexual-afectiva. Todo queda en un melodrama romántico hollywoodiense de libro disfrazado, por carnaval, con artilugios de tienda erótica. Intuyes potencial en el tira y afloja de dos personajes que buscan desesperadamente saltarse los límites y redimirse el uno en el otro con un flirteo muy retorcido, pero al final vence el producto para que pierda la película. No es culpa de una esforzada Dakota Johnson, quizá lo único salvable de una película que ni sabe ni puede ni quiere. Pero es de suponer que todo esto de la traerá al pairo al ochenta por ciento del público potencial de esta película, que legítimamente demanda cine a medida, fiel a la letra de la novela, aunque eso signifique un desaguisado fílmico de proporciones épicas.
Lo mejor:
Dakota Johnson, hace lo que puede
Lo peor:
¿Dónde está el morbo y la provocación que con tanto bombo nos habían vendido?
Fecha de publicación: 16/02/2015