Usurpación cultural
Acogida con entusiasmo en Estados Unidos, la ópera prima del actor y guionista Jordan Peele se ha convertido en uno de los fenómenos del cine de terror de la temporada. Hay que decir que, incluso con sus debilidades, Déjame salir es una película divertidísima e irresistible. Esto se debe fundamentalmente a su notable orquestación de los golpes de efecto y a la inteligente manera de plantear una reflexión sobre el racismo que desafía continuamente la comodidad ideológica del espectador, quien, por vías imprevisibles, acabará apercibiéndose de que se halla ante una osada narración que contempla la usurpación cultural como la evolución natural del esclavismo y el apartheid.
Sus villanos están lejos de ser miembros del Ku Klux Klan, pero pertenecen a una élite socioeconómica cuyos modos progresistas la convierten en una bestia especialmente peligrosa, una versión políticamente correcta, tan amable como dicta esta era de capitalismo emocional, de la opresión estructural propia de tiempos añejos. A Déjame salir cabe achacarle cierta dispersión puntual, tosquedades varias a la hora de poner las ideas en imágenes y un desenlace algo atropellado -cuando comienza el body count-, pese a lo eficaz. Defectos que no echan por tierra los numerosos hallazgos de una muy disfrutable comedia negra disfrazada de filme de horror que, a través de unas hechuras formales correctísimas y, a veces, incluso brillantes -la set-piece que abre Déjame salir, inversión en plano secuencia del tópico "chico blanco perdido en barrio negro" -, se atreve a articular un discurso más audaz y, en consecuencia, lúcido, que otras producciones recientes de mayor prestigio en torno a temas similares.
Lo mejor:
Su lúcida perversidad va mucho más allá de lo esperado
Lo peor:
Puntuales torpezas narrativas y de realización, disculpables tratándose de una ambiciosa ópera prima