Inmersión antes que emoción
Mientras el Brexit quema etapas, en la cartelera van apareciendo producciones que ensalzan la identidad británica, muchas de ellas con el conocido como "milagro de Dunkerque", uno de los momentos cruciales para el Reino Unido durante la II Guerra Mundial, como punto en común.
Mientras la ya estrenada
Su mejor historia y la próxima en ver la luz El instante más oscuro (que convierte a
Gary Oldman, kilos de látex mediante, en Winston Churchill) abordan la operación desde los despachos y lo mediático, la virguería visual y narrativa de
Christopher Nolan nos hace pisar la arena de la playa francesa, auténtica trampa mortal para cientos de miles de combatientes aliados que a sus espaldas tenían la inmensidad del mar y frente a ellos la despiadada maquinaria nazi.
Un enemigo que Nolan convierte en invisible y, a su vez, omnipresente en cada panfleto que llueve del cielo, bala que silba y perfora o bomba que revienta con estruendo la resistencia, física y moral, de unos soldados exhaustos que escudriñan el horizonte y casi pueden ver sus casas.
En
Dunkerque importa más la experiencia, que sintamos en nuestras propias carnes la tensión, el miedo, el desasosiego y la claustrofobia de verse mortalmente acorralado, que los vacíos discursos políticos. Nolan da todo el protagonismo a la imagen, muy por encima de la palabra, a la que le otorga una función meramente instrumental, e incluso sobre un reparto con estrellas como
Cillian Murphy o Mark Rylance que trabaja en la sombra en favor del conjunto, y se centra en hacer que conectemos con los protagonistas a través de sus actos, movidos por un furioso (y a veces cruel) instinto de supervivencia, evitando con inteligencia caer en discursos patrióticos rancios o historias personales que buscan la lágrima fácil cuando el simpático secundario de turno encuentra un trágico final.
Mientras la inquietante (y a veces, demasiado presente) banda sonora de Hans Zimmer resuena, y los tic tac y latidos aumentan nuestro ritmo cardíaco,
Dunkerque se eleva como un fascinante y lujoso ejercicio de realidad virtual (al margen de que no se derrama una sola gota de sangre, se hace imposible dudar que no sucediera exactamente así), con una dirección prodigiosa en el que Nolan vuelve a jugar con distintas líneas temporales que, cuando convergen y el milagro de Dunkerque se materializa, permiten respirar tranquilo, por primera vez en una hora y cuarenta minutos, y redescubrir que estamos en un patio de butacas y no en una trinchera en primera línea de fuego.
Lo mejor:
La capacidad inmersiva de la película, gracias a un impecable manejo del sonido, la imagen y la narrativa
Lo peor:
En algunos momentos, la banda sonora es excesivamente protagonista.