Un Disney chapado a la antigua
En un año como este, noventa aniversario del estudio faro y referencia de la historia antigua y moderna del cine animado, se imponía un guiño al pasado, un brindis con el Disney añejo del cuento de hadas, del castillo encantado, de princesas rescatadas de una terrible maldición por un acto de amor verdadero. Y eso es exactamente Frozen, un ejercicio de nostalgia de una manera de entender la animación infantil que bebía directamente de la gran tradición europea del cuento tradicional, de los Grimm, Andersen y compañía. Y es que de hecho Disney había perdido un poco eso, el contacto con sus propios principios fundacionales, y que mejor año que este para reivindicar la magia de la fábula arcaica, en un remoto reino helado de aristocracias y realezas con regusto medieval.
Frozen es eso, un Disney de vieja escuela, un festivo retorno al pasado anclado en un imaginario reino de sustrato escandinavo. Pero la cinta no solo funciona por su impecable administración de la nostalgia. Lo más parecido en la oferta reciente de la casa a esto es Brave, solo que aquí los referentes clásicos son mucho más nítidos. Además vuelven las canciones, el espíritu del viejo musical de dibujos analógicos, y el resultado es sorprendentemente bueno. No se esquivan esas ancestrales cursilerías de relato de princesas de las que el propio estudio hizo sangre con la caricaturesca Encantada hace no demasiado tiempo. Es más, probablemente Frozen piense más en las niñas que en los niños, pero lo hace fiel a los principios de la casa, recuperando el espíritu de cuento que, con puntuales y esporádicos retornos, está ausente desde que Disney se pasó al digital.
Todo funciona aquí en un nivel muy elemental: un paisaje cuentístico de fábula, un reino que salvar, un invierno que se interpone entre los afectos de dos hermanas, un galán de palacio, otro de establo y una colección de secundarios entrañables. Olaf y Sven, el simpático muñeco de nieve y el caballo, son los pilares cómicos de una ficción que dosifica con acierto música y aventura mirando hacia el pasado, pero sin olvidar que la cinta es hija del siglo XXI.
El quid de la cuestión aquí no es el pasteloso romance entre princesa y príncipe azul. El héroe es un labriego, y el hilo emocional de la historia es el reencuentro entre dos hermanas. La maldición no es, esta vez, una coartada para las inevitables trompetas de boda real, sino una prueba de fuego entre dos jóvenes de la misma sangre, que sigue la estela del cuento de amor materno-filial de Brave sin abusar demasiado (aunque algo de eso hay también) de la ñoñería más empalagosa.
Lo mejor:
El guiño al Disney de toda la vida
Lo peor:
Ciertas concesiones cursis inevitables en una cinta Disney de princesas