Retorno al origen
En esa misma lógica un tanto perezosa y sacacuartos de la secuela-remake que tanto predicamento tiene en Hollywood de un tiempo a esta parte, Jurassic World apuesta por parecerse todo lo posible al primer Parque Jurásico de Spielberg. Es como si las dos secuelas nunca hubieran existido, y como si este nuevo episodio se propusiera reescribir la letra y el espíritu de la saga replegándose sobre sí misma, y desplazando el eje veinte años, con la idea no tanto de hacer una cuarta entrega de la franquicia cuanto de hacer una revisión de la película matriz readaptada a las leyes y dictados del blockbuster de ahora.
Podríamos decir que la serie se "godzilliza", es decir, es más monster movie de perogrullo que el Parque Jurásico original, pero el leit motiv es prácticamente el mismo: nuevo parque; nadie parece haber aprendido de los errores del pasado; pareja de críos y un experto en etología de grandes reptiles dispuesto a convertirse en héroe poniendo orden cuando el caos, otra vez, y con los mismos presupuestos, vuelve a apoderarse del recinto. El cambio sustancial radica en la reubicación de la fábula en un atrezo neoliberal, de corporación exprimecuartos sin escrúpulos, de poderosos intereses financieros y oscuros intereses. El parque ha dejado de ser el sueño megalómano de un fabricante de entelequias muy de los 80-90 (Attenborough) a convertirse en una marca y una multinacional del siglo XXI, siniestra y no sostenible; muy de los dos mil y pico, por otro lado.
Hechas estas salvedades, y una vez se ha procedido a la musculización de la estrella principal, que deja de ser un científico para convertirse en un ex-soldado de brazos como armario (carismático Chris Pratt), la saga jurásica, buenas noticias, encuentra su sitio en la nueva década sin aportar novedades reseñables, con personajes un tanto planos, pero cuajando como un magnífico producto de aventuras/ciencia-ficción en el que aún emerge potente el tirón de orejas a una sociedad incapaz de vertebrar el progreso de una manera sostenible y constructiva.
En efecto, Jurassic World es una fábula resultona sobre esa enfermiza obsesión humana por jugar a ser Dios, por traspasar todas las líneas rojas del sentido común en pos de una espectacularización grotesca de casi cualquier cosa, haciendo gala de una frivolidad dantesca, que resulta especialmente arrogante cuando de alterar alterar el ciclo de la naturaleza y el tiempo se trata.
Con un tono muy spielbergiano, luego más cerca del tono y del espíritu de los dos primeros episodios que del tercero, Colin Trevorrow pega en el clavo emulando al maestro con un espectáculo absorbente, ténicamente, claro, apabullante que va de menos a más con divertidas pinceladas de serie B sanamente autoparódicas, combinando adrenalina, jaleo digital con criterio y un pertinente barniz de comedia no demasiado invasivo (impagables los irrompibles e imposibles tacones de una guerrera Bryce Dallas Howard cara a cara con el Rex, o con lo que le echen), que hacen de Jurassic World uno de los blockbusters más ligeros, apetecibles y satisfactorios, en casi todos los sentidos, de la temporada estiva.
Lo mejor:
Que es una dignísima secuela.
Lo peor:
No encierra demasiadas sorpresas, que digamos.