Quintaesencia de secuela estéril e innecesaria, la película de Jeff Wadlow echa a faltar casi todo aquello que hizo de la primera entrega una cinta de culto
Dotada de un barniz de tragicomedia entre grotesco y estremecedor que trascendía holgadamente las convenciones de la mera parodia del cine de superhéroes, coqueteando con lo políticamente incorrecto, provocando y bosquejando los rasgos de una sátira social incendiaria, Kick-Ass no es solo una de las mejores películas de superhéroes de lo que va de siglo, es también una de las más turbadoras y, hasta cierto punto, siniestras que han paseado por las multisalas en mucho tiempo.
Matthew Vaughn bordaba ese tono sombrío y esperpéntico que dotaba a la cinta de una capacidad de fascinación nada desdeñable, pero se borró para la secuela. El testigo cae en manos de Jeff Wadlow, que ni tiene las dotes de narrador del primero, ni tiene las tablas de aquel para que la adaptación acierte a captar la idiosincrasia del cómic en esencia y espíritu. Todos los hallazgos formales y conceptuales de la primera entrega se diluyen aquí entre las convenciones de una caricatura del cine de superhéroes cualquiera. Kick-Ass 2, con un par es un bis fallido; primero porque el listón estaba muy alto, y segundo porque no hablamos de una progresión natural en forma de secuela, sino de un giro de trescientos sesenta grados para volver al lugar de origen.
Es decir, que la segunda entrega es un decepcionante más de lo mismo, pero sin el olfato corrosivo ni la frescura de su predecesora. Wadlow no está ni se le espera. Su película es repetitiva hasta la saciedad, y la excentricidad inherente al relato, que en la primera parte proyectaba sombras de una gran tragedia maquillada, es aquí puro adorno, el elemento decorativo de una parodia sin contraluces, desestructurada y descompensada, que se acomoda viviendo de las rentas de su notable predecesora. Las virtudes de Kick-Ass 2, con un par son tales por la fuerza de la inercia de la primera película. Los fascinantes personajes de la original, turbios y en el umbral de la sociopatía y la demencia, comparecen aquí desdibujados, al servicio de un relato que se construye alrededor de variaciones de una fórmula ya explotada que se demuestra aquí incapaz de constituirse en franquicia, si no es traicionando el espíritu provocador de la primera película.
Wadlow quiere pero no puede. Su película colecciona gags divertidos, diálogos ingeniosos y delirantes vueltas de tuerca en torno a un guion insípido que tira del hilo por tirad, sin más rumbo que el de guiñar el ojo a los fans y volver a sacar a pasear a personajes (o a sus réplicas) que ya son icono del cine de este siglo, a pesar del mal sabor de boca que nos deja tan desdibujada secuela
Lo mejor:
El carisma escénico de Chloë Grace Moretz
Lo peor:
No resiste comparaciones