La función que sale mal
Supongo que los autores estarán un poco hartos de que se resalte el parentesco de La función que sale mal con Qué ruina de función, aunque cualquiera estaría encantado de que le encontraran antecesores tan ilustres en el árbol genealógico. Y, sin embargo, hay algo muy relevante que las diferencia. Los disparates escénicos de la segunda tienen su motivo en las borrascosas relaciones entre los intérpretes, que se aman y se aborrecen tras el decorado. Mientras que aquí alguien ha realizado una disección casi científica de todo lo que puede torcerse en un escenario para que, en efecto, se tuerza. Una compañía de aficionados representa una de esas historias con muerto tipo Cluedo que tanto gustan a los anglosajones y –simplemente- son tan malos que no hay nada que salga bien. La escenografía se descacharra, los textos se olvidan, vemos lo que no debemos ver, los efectos de música y luz entran a trompicones… y así de principio a fin.
Una de las tantas paradojas del teatro estabelce que para representar a un mal actor hay que ser un actor excelente. La pieza sería el no va más si se le aplicara el virtuosismo extremo de interpretación y dirección que demanda. Esta versión se queda en el tono gamberro, sin aspirar a tanto, pero se basta y se sobra para que el público se retuerza de risa en sus butacas.
Fecha de publicación: 15/11/2019