La jaula de las locas
Es cierto que la dulce Francia ha sido siempre tolerante respecto a las opciones sexuales de cada vecino, pero no deja de ser sorprendente que este canto a la tolerancia que es La jaula de las locas se estrenara en 1973, llegando a las 2000 representaciones (y hay que sumar dos adaptaciones cinematográficas y el musical que ahora alberga la Gran Vía). Nada menos que una pareja gay, uno de ellos travestido, con hijo. Una de esas otras familias que hoy nos parecen corrientes, pero que hay que imaginarse, por ejemplo, en esa misma Gran Vía hace cuarenta años.
Después de tanto tiempo, La jaula de las locas mantiene intacta su condición de canto a la diversidad, con su protagonista clamando el título de esta crítica. ¿Qué hacemos con ella, tal como es? ¿La eliminamos de la faz de la tierra? Llácer está superlativo en un papel para el que parece que ha nacido, perfectamente secundado por Iván Labanda. Tan compenetrados con los respectivos personajes que se produce ese efecto mágico que hace pensar al espectador que seguirán siendo exactamente así cuando se bajen del escenario. La función, que puede ser brillante a cada minuto, se resiente de algunos momentos demasiado mates, concentrados –lo que siempre es peor- en el segundo acto. Pero no son suficientes para anular la enorme carga de diversión que atesora. Vivan las plumas.
Fecha de publicación: 18/10/2019