Hoy es siempre todavía
Continuando las indagaciones formales planteadas en
Todas las canciones hablan de mí (2010) y Los ilusos (2013), sus dos primeros largos como director y guionista, la tercera película de
Los exiliados románticos, es un trabajo de espíritu transparente, sin ínfulas de grandilocuencia, donde el cine vuelve a mirar a los ojos a la vida. Una road movie entregada gozosamente a la narrativa divagante, en la que tres amigos, Luis (Luis E. Parés), Vito (Vito Sánz) y Francesco (Francesco Carril), viajan de Madrid a París reencontrándose con Renata (Renata Antonante), Isabelle (Isabelle Stoffel) y Vahina (Vahina Giocante), las mujeres que más los han marcado en los últimos tiempos.
Cine hodiernista, clarividente cuando se acerca al universo sentimental de los protagonistas, sincero hasta la candidez a la hora de observar las peripecias de unos personajes empeñados en reavivar la llama de la bohemia decimonónica, haciendo de sus actos bellos gestos románticos improbables en nuestro presente. Una candidez cuasi naif que, lejos de sepultar los hallazgos de
Los exiliados románticos, realza el sustrato expresivo de unas imágenes sencillas, pero nunca simples.
Y es que pese al aspecto diáfano de lo que vemos y escuchamos, cada plano parece interrogarse a sí mismo acerca de su propia naturaleza como aproximación a lo puramente vivencial desde lo artístico. El resultado, cercano en algunos aspectos a las obras de Eric Rohmer y del primer Jacques Rozier, se halla en la frontera que separa a un ´realismo´ engañoso de una mirada estilizada al joie de vivre.
La única limitación de relevancia de
Los exiliados románticos la comparte, lamentablemente, con la filmografía precedente de Trueba: una mirada ciertamente autoindulgente a los rasgos diferenciales de esa juventud culturalmente inquieta, más evidente, por ejemplo, en lo que respecta a la utilización de la música de Tulsa y su ligazón con el mundo interior de los compañeros viajeros.
En cualquier caso,
Los exiliados románticos tiene el interés y la belleza suficientes como para acabar mereciendo (y bastante) la pena. Una emotiva pieza cinematográfica situada en la intersección entre lo que somos y lo que, en el fondo, deseamos ser.
Lo mejor:
Que su valor ensayístico no le reste méritos como ficción cristalina, sin dobleces
Lo peor:
Cierto talante autoindulgente