Tarantino oscila entre la mejor y la peor versión de sí mismo con una película brillante a intermitencias a la vez que clamorosamente descompensada
De Tarantino no cabe esperar virguerías narrativas ni alardes de equilibrio argumental, ni ningún hallazgo estructural especialmente memorable. Su cine emerge de la explotación de lo anecdótico, del desvarío genial de lengua viperina y su querencia natural por la digresión. Tarantino es un director que se hace fuerte en el interludio, recreándose en el paréntesis, en el punto y coma, y que tiende a irse clamorosa y conscientemente por la tangente, sabiéndose genial en el quiebro y en la elusión permanente de su compromiso con el argumento, con la chicha dramática propiamente dicha. En "Malditos bastardos"su natural inclinación a la dispersión adquiere tintes épicos, gigantescos. Tarantino se disfraza de cineasta maduro, mordiéndose la lengua para contener improperios y barbaridades. "Malditos bastardos" es, a pesar del volumen de la guasa, su película más seria, la más racional, la menos espontánea. La dramaturgia de época busca la precisión que rara vez antes buscó, y no la encuentra. Y he ahí la raíz fundamental del problema. La última tarantinada es una película sin foco, sin centro de gravedad, etérea y con los pies muy lejos del suelo. Los socavones narrativos, que habitualmente se disculpan en el gozo de la artillería verbal inimitable y en el infinito poder evocador de sus cinéfilas imágenes, despuntan aquí asfixiando el relato como nunca antes lo habían asfixiado. "Malditos bastardos" es una película caótica. Es evidente y tangible que el resultado final es consecuencia de mil y un desvíos de la idea original, la de una horda de bárbaros matanazis, apaches de las trincheras en el frente francés con pésimos modales y morbosa sed de sangre y de venganza. Lo cierto es que los Bastardos son personajes secundarios, que sus animaladas acumulan polvo en un tercer plano de la historia. El hijo de perra Aldo Rayne y sus compinches han ido perdiendo protagonismo progresivo en el proceso de redacción el guión, hasta el punto de infiltarse en el relato como una presencia meramente anecdótica. Están porque Tarantino es fiel a sus principios y a sus títulos, pero los tiros suenan por otro lado. La cinta acumula desvaríos absolutamente brillante y secuencias cañón para el recuerdo (nos vienen a la mente el fenomenal prólogo en el que el estratosférico Christoph Waltz enseña por primera vez los dientes, o la explosión de adrenalina, furia y violencia en la taberna subterránea en la que la conspiración anti Hitler es descubierta), pero la cohesión es raquítica y la tradicional mordacidad de los diálogos anda aquí más atemperada que nunca. "Malditos bastardos" es una película clamorosamente descompensada, que no compensa, como es habitual en el cine tarantiniano, los desajustes narrativos con la irresistible brillantez, intermitente en esta ocasión, de las fabulosas digresiones. Tarantino no tiene un conflicto central. pretexto para alrededor del mismo explotar la deliciosa desfachatez del híbrido genérico marca de la casa (la conjugación de estereotipos del bélico con los del spaghetti western funciona sólo a ráfagas). Las subtramas están defectuosamente encoladas y el único hijo de mala madre que se nos queda grabado en la retina es el teniente Hans ´cazajudíos´ Landa, uno de los mejores personajes creados nunca por la pluma de Tarantino infiltrado en la película incorrecta. Christoph Waltz es dueño y señor del cotarro con una sibilina maldad de modales intachables que eclipsa todo y a todos, dejándose echar de menos cuando la cámara no le da coba. Lo demás es un cúmulo de brillantes imperfecciones, de semillas de un sinfín de películas interesantes que juntas no van a ningún sitio.
Lo mejor:
Christoph Waltz
Lo peor:
Lo desaprovechadísimos que están los Bastardos