Asghar Farhadi confirma la alternativa en un derroche de sensibilidad fílmica con la portentosa disección de una desestructuración familiar
El mejor elogio que se puede hacer una película, con perdón de los adictos al abigarrado estilismo, es que no parece una película. Pues bien Asghar Farhadi es de esos contados directores que sabe estar sin que se note, que dirige al servicio de la historia y no de sí mismo. Nader y Simin, una separación susurra incontables estados de ánimo, acuciantes paradojas, fragilidades humanas a flor de piel, y lo hace mirando de frente la tragedia, sin adornos ni abalorios pero sí con un dominio privilegiado del tiempo y del espacio.
El drama emerge subterráneo bajo la piel curtida en la desgracia de sus vulnerables habitantes; Farhadi borda un equilibrio imposible entre la acerada emoción que salpica el relato de punta a cabo y la sobriedad de equilibrista de una estrategia narrativa limpia, brillantemente depurada que instrumentaliza el silencio y la frustración para que, intangible, defina la hiriente humanidad del relato.
Farhadi huye a todo correr de los clichés lamentablemente inherentes a cierto cine de autor iraní, y a los lugares comunes hombre-mujer que, desde la tosquedad de un realismo social unidimensional, perdila un país en el que cinematográficamente, parece, no hay lugar para las pequeñas historias, sólo para las grandes con mensaje.
Nader y Simin, una separación es una pequeña historia de corte universal (una virtud poco común en el cine medioriental), en la que los localismos (la incidencia de la religión fundamentalmente) matizan el relato, no lo definen. El resultado es una película que huele a verdad a cada quiebro, una anécdota, un distanciamiento matrimonial, que desencadena sin aspavientos una tragedia multidimensional dosificada con una sensibilidad exquisita.
Dibuja además la cinta uno de los retratos paterno-filiales, gracias también a un espectacular despliegue de interpretaciones, más auténticos y sobrecogedores que haya desfilado recientemente por una pantalla; la lealtad truncada, la necesidad de una mentira, la confianza traicionada, la decepción de un viaje traumático al universo adulto… pequeños dramas que reptan sutiles bajo la piel de esta enorme película, que arrambló con todos los premios en justicia en el último Festival de Venecia.
Lo mejor:
El vendaval de emociones que comporta su visionado
Lo peor:
Nada