Odiosas comparaciones
Estrenada hace apenas una semana en televisión, Ocho apellidos vascos puso a prueba, con nota, la robustez de una fórmula que admite visionados múltiples sin resentirse ni perder un gramo de su pegada. Hablamos de una película montada alrededor de una fórmula muy sencilla pero en la cual todos los ingredientes estaban dosificados en las dosis justas. La parodia amplificaba su impacto porque el hilo transmisor era una buena comedia, una narración ágil moviéndose alrededor de un crescendo humorístico muy medido. Repetir la jugada por segunda vez se antojaba una hazaña, y más aún en un modelo de secuela exprés cocinada a todo trapo para estrenar antes de que el fenómeno se hubiese enfriado pensando más en la estrategia de venta que en la película. Y, efectivamente, no hay hazaña. Lo cual, claro, no es ninguna sorpresa.
Lo que funciona en Ocho apellidos catalanes es aquello que funcionaba en la primera entrega: Karra Elejalde, el idilio amoroso de su personaje con el de Carmen Machi, la caricatura vasca y la guasa andaluza de Rovira y el tándem Alfonso Sánchez–Alberto López (metidos aquí con calzador, no obstante), es decir, las bazas ganadoras vienen de mano de la munición vieja, de los ecos argumentales de la película original. La variación catalana sobre un mismo tema no tiene, ni de lejos, el punch del original. Primero porque los chistes están frecuentemente (e inevitablemente) repetidos, y segundo porque la trama, una relectura en clave patria de la comedia nupcial anglosajona con novios rivales es, esta vez sí, solo una coartada inconsistente para una cascada de gags y ocurrencias (algunas descacharrantes) deslavazadas y huérfanas de un hilo conductor sólido.
En esta ocasión la comedia se vertebra alrededor del chiste y la ocurrencia, mientras que en la primera entrega el chiste y la ocurrencia se vertebraban alrededor de las necesidades narrativas de la comedia, aunque fuese la guasa dialéctica y el gag verbal la sal y la pimienta de la propuesta. Esta vez el show avanza a trompicones, a golpes de inspiración cuajando como agradable secuela con prisas que no aguantará un segundo visionado.
Y esa es una diferencia muy notable. Ocho apellidos catalanes es una película agradable y moderadamente disfrutable, pero de recorrido mucho más corto que la película original. Ni los personajes de Berto Romero y Rosa María Sardá tienen el empuje de los veteranos, ni la reedición del enredo romántico una coartada demasiado atractiva o convincente.
Lo mejor:
Karra Elejalde, otra vez
Lo peor:
Más de lo mismo pero con un guion más pobre