Perfectos idiotas
Bajo nuestra escena subyacen prejuicios inmortales: el circo es un antro de leones piojosos; la zarzuela, una colección de chulapos viejunos; el teatro comercial, una cosilla que da de comer pero que no puede toser a la intelectualidad. Errores como elefantes. Hay vanguardia infame y teatro comercial excelente –como al contrario– y el género no significa nada a priori. Perfectos desconocidos es un ejemplo de este antiaxioma.
Estos siete idiotas siguen, como todos, el consejo de Voltaire (Hay que mentir como un diablo, no tímidamente, no por un tiempo, sino con arrojo y siempre), pero olvidan su corolario: no hay mentira digna de tal nombre si no se oculta. Poner los móviles –lo más parecido al alma– a disposición de los amiguetes solo podía provocar una catástrofe. Catástrofe bien graduada en el texto y que Guzmán ha montado con momentos de virtuosismo: siete son multitud, pero los mueve con tal destreza que anduve buscando un asesor coreográfico en los créditos. Las intervenciones están muy equilibradas y el resultado es franca y logradamente coral, pero hay un tenue hilo conductor que llevan Borrachero y Pagudo, y un personaje-bombón que aprovecha Elena Ballesteros. Entre todos, nos ponen ante las narices nuestra propia idiotez. Lo pasé en grande.
Fecha de publicación: 05/10/2018