Pérdidas irremplazables, derribos de vergüenza y todo un patrimonio escondido bajo el asfalto. Esa es la Murcia desaparecida que nos presenta José Carlos Ruíz Castejón, un arquitecto interesado en el valor cultural e histórico de las edificaciones de la ciudad.
Las ciudades evolucionan, e irremediablemente, la imagen de ellas se va modificando. El Palacio Riquelme, El matadero Nuevo o El Hospital de San Juan de Dios son sólo unos cuantos ejemplos de todo ese patrimonio destruido, con la consecuente pérdida para nuestra cultura que ello supuso. Otros ejemplos, como la desaparición de Palacio Villacis, han dado lugar a otro patrimonio destacable en su lugar, como es el caso del Palacio de Telégrafos, actual Mercado de Correos.
A partir del repaso que Edificioscatalogados, cuenta de Instagram dirigida por Ruiz Castejón, hace en su serie «La Murcia desaparecida», vamos a conocer el antes y después de seis de estas edificaciones que desgraciadamente se fueron para no volver.
La Murcia desaparecida
Los Baños Árabes de la Madre de Dios (Antigua Calle Madre de Dios, hoy Gran Vía Escultor Salzillo), posiblemente levantados en el S.XII, constituían, hasta su desaparición, uno de los pocos vestigios de época islámica que se conservaban en nuestra ciudad.
Se encontraban en los sótanos de una modesta casa de vecinos, en el número 15 de la calle Madre de Dios (de donde tomaron su nombre popular), haciendo esquina con un estrecho callejón, frente al Convento de las Monjas de la Madre de Dios (destruido en la Guerra Civil). Estaban compuestos por una sala de acceso, al fondo de la cual se encontraba el horno. Una zona intermedia de varias estancias abovedadas, daba paso a la zona del patio, con sus característicos arcos de herradura, rodeado de galerías. Aunque ya derruidas en el momento de la fotografía, se advertían todavía los arranques de la bóveda que cubrió lo que después se convirtió en patio.
Los aires de “saneamiento y modernización” de las ciudades en la posguerra española, apoyados en el pretexto del progreso, arrasaron los centros históricos de muchas ciudades españolas, y Murcia no se salvó. Con motivo de la apertura de la Gran Vía, en los años 50, el trazado árabe de la antigua medina musulmana se fue al garete, y con ella los baños.
El director del Museo Bellas Artes de Murcia, Andrés Sobejano, escribía estas palabras (que suscribo letra a letra) en 1952, cinco meses antes del fatal derribo: “La violencia intencional de lengua o pluma de algunos murcianos que, con notoria incomprensión, tratan con menosprecio esas formas vetustas, únicos residuos que nos quedan aún de la primitiva Murcia musulmana, condenados a la desaparición más o menos tarde; recuerdo pequeño, pero singular, de una civilización extinguida y de un pasado local que más merecían la consideración o la elegía, que el escarnio.”
Los cimientos y el trazado de la planta de aquellos baños reposan hoy bajo el asfalto de la Gran Vía.
El Hospital de San Juan de Dios (Paseo Teniente Flomesta, s/n) empieza su andadura a principios del S.XVII, cuando el concejo de la ciudad cede a los hermanos de la Orden de San Juan de Dios la administración del Hospital General de la ciudad, que ya se encontraba aquí antes. Su importancia será vital a partir del S.XVIII, cuando el aumento poblacional de Murcia y la huerta, hará que se convierta en el hospital más importante del reino, además de ser el único lugar en el que depositar los niños abandonados, y tener la condición hospital cívico-militar (para atención de soldados enfermos).
Del edificio, que nunca tuvo carácter monumental, destacaba su enorme tamaño, y su aspecto de “Frankenstein” (o Mr. Potato), resultado de numerosas reformas y ampliaciones sin proyecto definido, siendo la capilla la verdadera joya de su arquitectura. La que había sido la ‘Iglesia de Santa María La Real y del Buen Suceso’, pasó a ser la capilla del hospital de la Orden, y por eso, comenzó a denominarse ‘Iglesia de San Juan de Dios’. Fue profundamente reformada en el S.XVIII, pasando de modesta capilla a majestuosa iglesia rococó, (es lo único que queda de aquel hospital). Aquí se luce hoy la emocionante imagen del Cristo de la Salud (S.XV-XVI), que se llama así por ser el cristo que presidía ésta capilla.
La orden estará al frente del hospital hasta la desamortización, y, desde el S.XIX, pasará a ser simplemente el Hospital Provincial (o de beneficencia). Finalmente fue demolido a finales de los años 50, para construir en su solar el que entonces sería nuevo edificio de la Diputación Provincial, ahora Consejería de Hacienda de la Región de Murcia.
El Matadero Nuevo (Avenida Ciudad de Almería, s/n) fue inaugurado en 1909, siendo obra del arquitecto Pedro Cerdán, autor de otras notables arquitecturas como la fachada del Real Casino, o la del Mercado de Verónicas.
El antiguo matadero del S.XVIII, situado junto al Puente Viejo en El Carmen, se había quedado obsoleto por tamaño y condiciones de salubridad, así que el Ayuntamiento se pone en marcha para buscar una nueva ubicación y construir un edificio más moderno.
Se construyen varios pabellones con fachadas de ladrillo en estilo neomudejar, con detalles modernistas, en torno a una gran plaza central que distribuía el espacio. A pesar del sello personal del autor, este matadero respondía a la tipología y estilo de sus “primos hermanos” de otras ciudades españolas: el Matadero de Zaragoza (que sirvió de clara inspiración del arquitecto, había sido inaugurado a finales del S.XIX, con motivo de las Exposición Aragonesa), el de Madrid (un poco posterior al nuestro), o el de Barcelona, eran notablemente similares.
Funcionó durante 68 años, hasta que fué él, como le había ocurrido a su predecesor, el que se quedó obsoleto, trasladándose éste uso en 1977 hasta ‘Mercamurcia’. El complejo quedó entonces vacío, publicándose en prensa noticias sobre los posibles usos que albergaría (se planteó que fuera un teatro, entre otras cosas). Todo fue una ilusión, ya que en 1982, ante una clara oposición ciudadana, se derribó con motivo de las obras del acceso a la Autovía A-30 desde el Barrio del Carmen.
Un magnífico ejemplo modernista, que podría ser hoy un espacio público dedicado a la cultura, como ocurre en las otras ciudades mencionadas, es ahora una carretera con rotonda.
El Palacio de los Riquelme (Calle Jabonerías, 2), fue un valioso ejemplo de palacete urbano renacentista, de mediados del S.XVI, que estuvo situado en la Calle Jabonerías esquina con Platería, y que perteneció a esta noble familia de la aristocracia murciana: los Riquelme Salafranca, Marqueses de Pinares.
Se trataba de una bellísima arquitectura en la que destacaba el gran escudo sobre el portón, flanqueado por dos fieros salvajes (que por su fortaleza, en clave simbólica, se entendían como grandes protectores del escudo familiar y de la casa). Sobre el mismo, una elegante ventana tripartita coronada también con escudo.
En la esquina con Platería de nuevo un escudo familiar flanqueado esta vez por dos leones. Con el paso del tiempo, el edificio dejó de ser noble, y se convirtió en casas de vecinos, y en los bajos se instalaron unos hornos y una taberna. Sin embargo, seguía manteniendo la magia de los edificios viejos y reutilizados, situados en los cascos históricos.
Fue 1967 el año en el que se llevó a cabo su vergonzoso derribo. Es sin duda éste uno de los más flagrantes ejemplos de la barbarie especuladora que fue devorando de manera despiadada nuestro patrimonio, y lo más chirriante es que todo fue ‘en nombre del progreso’ (¡caraduras, ignorantes!). Tuvieron una consideración (¡vaya, gracias!), y la magnífica portada se trasladó piedra a piedra para pasar a convertirse en una de las fachadas del ‘Museo Salzillo’, (Calle Jesús Quesada Sanz, 3) en el barrio de San Andrés, donde hoy podemos admirarla (maltratada y cortada a cachos, despojada de su entorno real y de su significado, y aún así sigue siendo tremendamente bella…). En su solar original se construyó un terrorífico mamotreto de 10 plantas, que rompe completamente la estética del entorno, y que además supera con creces las alturas de los edificios próximos.
El Contraste de la Seda (Plaza de Santa Catalina, XX) se levantó a principios del S.XVII, en la Plaza de Santa Catalina (auténtico corazón neurálgico de la ciudad en ese momento), para albergar varios usos, y pronto convertirse en el edificio civil más relevante de la vida murciana durante ese siglo. Aquí se ubicaba el mercado de contratación de la seda (motor económico de la economía huertana durante siglos), fijándose su precio, y pagándose los impuestos relacionados con su distribución y venta.
Además de estas actividades relacionadas con la seda, era la sede de la inspección del cambio de monedas de oro y plata, era la Sala de Armas de la ciudad, fue calabozo, fue archivo y, también sala de reunión del Concejo (el órgano de gobierno de la ciudad) durante varios años.
Se trataba de un bellísimo edificio único en su estilo, pues se construyó en la singular confluencia estilística de finales del Renacimiento y principios del Barroco. En sus fachadas (tenía dos principales: una miraba a Santa Catalina, y la otra a la actual Plaza de Las Flores), destacaban los grandes escudos reales sobre los pórticos de entrada, y las placas conmemorativas de su inauguración. En su interior sobresalía el patio central arcado, trazado al estilo de los patios italianos.
Tras el declive de la industria de la seda, abandonado y herido de muerte, el Contraste fue derribado sin titubeos en 1933, desmontando los pórticos, placas y escudos de sus fachadas norte y oeste, y trasportándolos al ‘Museo de Bellas Artes’ (Calle Obispo Frutos, 12), donde hoy forman parte de su fachada. En su solar, a principios de los años 40, la todopoderosa aseguradora ‘Unión y El Fénix’, construye su sede en la capital murciana. En lo alto, su símbolo, Ganimedes (héroe troyano de la mitología griega) cabalgando al Ave Fénix, vigila cómo nos tomamos las cañas y las marineras.
El Palacete de Villacís (Calle Pintor Villacís, 3) se levanta en la segunda mitad del S.XVII, como residencia principal del ilustre pintor Nicolás de Villacís y Arias, el máximo representante murciano de la pintura barroca de ese siglo. Contemporáneo de Velázquez, se le ofreció ser su sustituto como pintor del rey Felipe IV (rechazó la oferta de suceder al genio de ‘Las Meninas’ como pintor real, por no querer abandonar su vida sosegada en Murcia, lejos de Madrid, ¡con dos huevos!). Por desgracia su obra se ha perdido casi por completo, habiendo llegado apenas unas cuantas piezas hasta nuestros días.
Su casa palacio estaba situada dentro de la muralla, junto a la ‘Puerta del Toro’, tratándose de la típica casona barroca murciana. Planta baja, planta noble, y segunda planta abuhardillada con huecos más pequeños. Fachada de ladrillo visto, pomposas molduras y balconadas en los huecos de la planta noble, y cubierta de teja, con un pequeño torreón central que sobresale de ella.
En los años 20, se derriba con el fin de construir la ‘Palacio de Correos y Telégrafos’, que no se hizo realidad hasta 14 años después, cuando tras construirse bajo diseño del arquitecto vasco Pedro Muguruza, fue inaugurado en agosto de 1931 (¡con la fresca!).
En los años 80, ‘El Edificio Correos’ (como lo conocemos los murcianos) queda obsoleto, y se abandona. Tras una rehabilitación de cabo a rabo (con un interiorismo muy acertado, en mi opinión), en 2018 se abre el “Mercado de Correos”, un mercado gastronómico al estilo de La Boquería de Barcelona o San Miguel en Madrid. ¡Vivan las segundas vidas para los edificios!
La Murcia Desaparecida es un proyecto de José Carlos Ruiz Castejón.
Texto y fotografías: José Carlos Ruiz Castejón
Podéis encontrar más fotografías como éstas en su cuenta de
Instagram: www.instagram.com/edificioscatalogados