Bayona nos pone los pelos como escarpias recreando el tsunami del sudeste asiático en una cinta que enfatiza demasiado el aliento melodramático
Meterse en el interior de la ola en un tsunami de estas proporciones es algo parecido a un acto de masoquismo. Más allá de sus innegables virtudes cinematográficas, Lo imposible tiene un plus de atracción de feria, que al fin y al cabo es lo que empezó siendo el cinematógrafo en sus orígenes. Clint Eastwood ya nos puso de cara al horror en la olvidable Más allá de la vida, pero lo de Bayona es un nivel superior. Si alguien, por morbo o por otra cosa, se preguntó alguna vez cómo de infernal ha de ser la experiencia de vivir un tsunami como los de Sumatra o Japón en primera persona, he aquí la respuesta. Bayona nos aproxima a la catástrofe hasta meternos literalmente dentro. Lo imposible es, sin querer serlo, una película 3D de las antiguas; la destreza del director de El orfanato para implicarnos en los vaivenes acuáticos de la catástrofe es sencillamente estremecedora.
Cuando todo termina te secas el sudor y te dan ganas de llamar a la familia para certificar tu supervivencia. Lo imposible es, por ello, un prodigio de técnica cinematográfica, la constatación de que lo de Bayona no era, ni remotamente, flor de un día. Aquí la ola invade literalmente la platea; la cercanía de la atroz experiencia de víctimas y supervivientes de semejante catástrofe es abrumadora y, desde luego, es difícil filmar una película que implique tanto sensorial y emocionalmente al espectador como ésta.
Discípulo aventajado de Spielberg, como Amenábar, Bayona envuelve la minúscula tragedia de una familia de turistas desdichados en mitad de una catástrofe grandiosa, de un drama humano de proporciones cósmicas. Es precisamente ese equilibrio entre lo macro y lo micro lo que forja el extraordinario impacto dramático de esta brillante vuelta de tuerca al cine tradicional de catástrofes.
No lo es estrictamente hablando porque el protagonista no es el tsunami, sino la familia. Aunque la paradoja es que lo primero resulta infinitamente más interesante que lo segundo. No es buena señal que cuando las aguas vuelven a calmarse tengas la sensación de que la película está ya en tiempo de descuento. Lo imposible muestra su peor cara en aguas tranquilas, cuando aflora el melodrama y la epopeya de supervivencia. No porque la historia no esté bien contada, que lo está, sino por la querencia de Bayona por el énfasis sentimental, por el subrayado trágico.
El dolor de los protagonistas tiene menos peso que la brutal inercia de la ola, y eso acaba provocando una sensación de conjunto descompensado. Bayona es más hábil mostrando el desastre grande que el pequeño, pero eso no implica que la película no toque fibra, porque la toca. Buena parte de culpa la tiene la meritoria y desgarradora composición de Naomi Watts, una actriz que no sabe no estar a la altura.
Lo mejor:
El tsunami, sobrecogedor
Lo peor:
Se mueve peligrosamente en la frontera entre el drama y el sentimentalismo ramplón