Un guiño al pasado
La nostalgia es un arma de doble filo. Sam Mendes mira aquí al pasado con el propósito de resucitar un icono, y uno de los elementos argumentales más característicos de los primeros tiempos de la franquicia: la organización criminal Espectra, que surtió de inolvidables villanos a la era Connery, y que emerge aquí reconfigurada como actor en la encarnizada pelea contemporánea por el control de la inteligencia y la información. Por un lado, está el tuneo de aquello que significaba Espectra en los Bond de la primera época, lo que permite encajar ese viejo mito en la nueva mitología posmoderna de la saga, y por otro un intento de seguir la estela de Casino Royale, con un pequeño homenaje a los fans más veteranos y con más horas de vuelo en la interminable franquicia. Lo cierto, y es ahí donde la morriña juega una mala pasada a Mendes, es que la Espectra de los años dorados era un fantasma mucho más temible. Los villanos de aquellos Bond tenían mucha más pegada, las tramas criminales alrededor de los automatismos de la saga mucha más consistencia.
Mendes pone su Bond, de algún modo, en el espejo de la "historia", ubicándose voluntariamente a la sombra de los Bond "Connerianos", y las comparaciones, dadas las circunstancias, no le hacen ningún favor. La nostalgia, en este caso, es una piedra contra el tejado propio. Pero si eludimos poner a Espectra en perspectiva, dejando de lado la morriña invocada por el propio Mendes, el nuevo 007 es igual de bueno o malo que el anterior, y que el anterior al anterior.
Hay una hora y pico de cine de acción de muchos quilates, pero poco a poco Spectre se diluye entre las rutinas de la fórmula, perdiendo gas explayándose a lo largo y ancho de un metraje excesivo. Christoph Waltz es un actor formidable, pero el antagonista de turno es un clon de otros malísimos recientes de la saga. El factor Espectra, de hecho, se diluye secuencia a secuencia, mientras el nuevo episodio vuelve a su ser, acoplándose a las rutinas recurrentes de las últimas entregas. Tienes la sensación de que ya la has visto. Se trata de un trabajo de mecánica de alta precisión, de virtuosismo técnico (el espectacular plano secuencia que abre la función es una de los mejores momentos de la saga en mucho tiempo) pero sin un gramo de emoción a cuestas.
Mendes, que ha dado mucho a la saga, debería ceder el testigo, para que entre aire fresco de la mano de algún director lo suficientemente hábil como para flexibilizar la fórmula. Bond está atrapado en un bucle, en un estándar de producción brillante, sin duda, pero exageradamente reiterativo. Se necesita un cambio, urgentemente.
Lo mejor:
Christoph Waltz exprimiendo a un villano tirando a soso
Lo peor:
Demasiada rutina y demasiada fidelidad a la fórmula