Tierra quemada
Para apreciar hasta qué punto la tercera película dirigida por Juan Antonio Bayona tras El orfanato (2007) y Lo imposible (2012) es un estropicio de magnitud espectacular -al fin y al cabo, el registro a que se adscriben sus imágenes-, basta con prestar atención a una escena, justamente, de destrozos: los que lleva a cabo un niño de trece años, Conor (Lewis MacDougall), en casa de su abuela, desbordado por una imaginación y unas emociones que habrá de aprender a encauzar a lo largo del metraje para afrontar de manera constructiva la dolencia terminal de su madre. Un momento en el que Bayona confunde la retórica de lo ilusorio y lo realista, en el que demuestra no controlar las sinergias y los contrastes entre uno y otro ámbito, en el que parece no distinguir entre los efectos de cuanto se dispone en un plano, y los que suscita la composición de dicho plano.
En este aspecto, resulta descorazonador que se siga comparando a Bayona con el padre del espectáculo cinematográfico contemporáneo, Steven Spielberg, cuando, del visionado de una película de este próxima en el tiempo y similar en algún aspecto a Un monstruo viene a verme, Mi amigo el gigante (2016), no cabe deducir sino diferencias entre uno y otro realizador. Por mucho que puedan llegar a irritar los estilemas de Spielberg, a él le hubiese bastado en la secuencia que estamos comentando con otorgar elocuencia a la aguja desgajada de un reloj de pared. Bayona, en cambio, cree preciso hacer uso a uno y otro lado de la cámara de un arsenal de armas de destrucción masiva, lo que tiene como único resultado el convertir las imágenes en tierra quemada.
Esta saturación audiovisual, una crispación sensitiva y sentimental cercana a lo kitsch, que, como apuntamos, se fuerza por igual en los momentos en que Conor trata con su madre enferma, un padre distante, su abuela, y sus compañeros abusones de colegio; en los que el chico lidia con la ominosa criatura azuzada por su angustia; y en los que esta le plantea cuentos instructivos varios, es, por añadidura, del todo estéril. A la hora de la verdad, y como tanto fantástico instructivo de hoy -remitámonos, por poner solo dos ejemplos recientes, a Babadook (2014) y Kubo y las dos cuerdas mágicas (2016)-, Un monstruo viene a verme insiste en presumir de ser ante todo una fábula, pero fracasa en ello una y otra vez, como ponen de manifiesto los numerosos diálogos en que se ve obligada a explicarse a sí misma, articularse de manera explícita, para que el espectador no tenga absolutamente ninguna duda acerca de cuán trascendente es lo que se le está intentando transmitir: "Estoy aquí para trasladarte tres relatos", "narrar historias es un arte", "la vida fluye como un relato", "tendrás que contarme una historia"..
El descrédito de la ficción y lo imaginativo que acaba por producirse tiene, pese a todo, su sentido, aunque este sea lamentable. Un tanto ilusamente, dada su querencia por el simulacro y la hipérbole, el mismo Bayona se ha definido de nuevo estos días a propósito de la adaptación que ha llevado a cabo del libro ilustrado que ideó Sibhan Dowd y concretaron Patrick Ness y Jim Kay, como un "contador de historias". Pero, a continuación, añade que, en Un monstruo viene a verme, dicha historia persigue ostentar un factor curativo, "tener el poder de sanar". La apelación a un cine terapéutico, más relacionado con la autoayuda y el consuelo catártico que con los misterios de lo expresivo, esclarece en buena medida la razón de que tanto fuego de artificio sea a la postre mera posología. Hace unos años, el Ministerio de Sanidad emitió unas recomendaciones a propósito de los prospectos medicinales que elaboraban las compañías farmacéuticas; entre ellas se contaban "el adjuntar explicaciones de la enfermedad y los resultados del tratamiento", "aumentar el cuerpo de la letra a un tamaño legible", y "hacer una presentación amena, con colores y dibujos". Un monstruo viene a verme ha cumplido con celo tales sugerencias. Lo artístico, para otra ocasión.
Lo mejor:
Decir que los aspectos técnicos, supondría una contradicción. En la sobre elaboración de los mismos radican casi todos los problemas de la película
Lo peor:
Todo en la película son gritos mudos