Fin de Semana. Suena el despertador y con los ojos aún cerrados salto a la ducha y me visto con una sonrisa. Comienza un nuevo día y me dejo llevar por la emoción. Esa de sentirme libre, de saber que puedo ir a donde quiera, que es mi momento. Me subo a mi Yamaha Tricity 125 para redescubrir mi ciudad y pongo rumbo a desayunar en La Junquera, mi lugar favorito para tomarse un buen café y leerse un periódico.
Me siento a mis anchas por la cómoda postura de conducción y mucho más seguro sobre los adoquines gracias a sus tres ruedas
El camino es algo curvo, pero me siento a mis anchas por la cómoda postura de conducción y mucho más seguro sobre el asfalto gracias a sus tres ruedas.
Se acerca la hora del aperitivo. Cualquier momento es bueno para estar con los amigos y con mi Tricity puedo llegar donde se me antoje en un periquete.
Todo apunta a que quedaremos en uno de mis rincones favoritos por su aire romántico y bohemio, el barrio de La Magdalena.
Aparco mi moto, justo al lado, en menos de dos minutos. Es la recompensa hacia mis ganas de fundirme con lo que acontezca, de disfrutar de la vida.
Llamo a mi chica, gracias al excepcional consumo de combustible de la Tricity, podemos ir a una terraza del Tubo y sentarnos con vistas a la torre mudéjar de la iglesia de San Gil e invitarla a cenar. Me pide que vaya a buscarla, pues vive en la otra punta de la ciudad, pero me acerco en un momento gracias a su eficiente motor Blue Core que garantiza una aceleración increíble y, sobre todo, porque el tráfico ya no se apodera de mí. Como tenemos moto, decidimos desviarnos para ver atardecer en el Mirador del Balcón de San Lázaro, que desprende esa magia que destila cada rincón de la ciudad.
Vivir plenamente es un arte, pero con mi scooter urbanita y súper segura, lo hago de la forma más fácil y divertida.